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sábado, 19 de enero de 2019

Mi vida en Camposanto

Título: Mi vida en Camposanto.
Autor: Carlos Mazarío Torrijos.
Editorial: Inventa Editores.
Año de publicación: 2016 (1ª edición; prólogo de César Arza).
Colección: Imaginaverso. 
Género: Poesía
ISBN:  978-84-945338-5-3

Otra de las editoriales que tienen por epicentro el Valle del Henares (Corredor del Henares si se prefiere más ceñirse a un eje de carretera y vía de tren más que al eje natural del río Henares) es Inventa Editores. En realidad su campo de acción, según ellos mismos declaran en su propia página editorial, no es exactamente ni el valle ni el corredor del Henares, aunque la mayor parte del territorio de su interés está en esta zona, iría, según su propia descripción, de Guadalajara ciudad a Madrid capital, aunque, por una cuestión de hechos consumados, está claro que una buena parte de sus autores son de Alcalá de Henares. Esta editorial nació en la primavera de 2016 y se presentó en ese campo de experimentación y caldo de cultivo de muchos proyectos y autores que fue el bar El Laboratorio, en Alcalá, cerca de la Plaza de la Puerta del Vado, en la esquina entre el Paseo de los Curas y la Calle Vaquerías. Por entonces se presentaron apostando por un libro antológico de relatos de ciencia ficción y ficciones del futuro llamado 2084, donde se podía leer a varios autores más o menos jóvenes todos y muchos de ellos premiados, Patricio de la Torre, Pablo Medel, Sonia Montiel, Beatriz Lacalle y otros. Fue precisamente en ese 2016 que Inventa Editores se fijaron en uno de los escritores de poesía alcalaíno que ya hemos comentado por aquí con su tercer libro de poesía, Movilidad exterior, y con su primer libro de Historia, La Universidad Laboral de Alcalá de Henares. Historia de una institución docente (1966-2016), me refiero, obviamente, a Carlos Mazarío. 

Mazarío ya había escrito y publicado con la editorial Groenlandia un libro de poesía, Un incendio (2015), cuando Inventa Editores optó porque fuera uno de los primeros poetas a los que editaron. Además, ya estaba reconocida su poesía con premio. El segundo libro de Carlos Mazarío fue Mi vida en Camposanto. Un libro tamaño de bolsillo, con cubiertas en rústica y solapas, de tacto extraordinariamente suave, en mate. El diseño optaba por un fondo de azul oscuro casi negro donde aparecía una cuadrícula que bien podía ser las rayas de una pantalla de aparato médico como la verja de alambrada de un cementerio rural, pues destacaba como ilustración una raya en azul que figuraba entre la línea del cielo de un cementerio, o su entrada, o bien la línea de los biorritmos de una máquina de hospital que mide los latidos del corazón, en este caso muy irregulares y con la sorprendente forma de una cruz que recuerda al cementerio. Con este cuidado diseño que jugaba con quien lo veía se presentaba la obra y a la vez la intencionalidad de la editorial por cuidar no sólo de sus autores y textos elegidos, sino de lanzar una idea de diseño moderno que invita al lector a usar la mente para tener caminos abiertos. No obstante, hasta el logotipo de la editorial es un tanto juego experimental. El libro se encuentra dentro de la colección Imaginaverso, sin numeración de sus libros. Además, contaba con un prólogo de César Arza, amigo personal de Carlos Mazarío, que repasa los inicios como poeta y su evolución, y trata de hacer comprender al lector a qué clase de poesía nueva se enfrenta, poesía a la que no está muy acostumbrada la poesía española y que sin embargo en las últimas décadas va ganando cada vez más lectores en esta península.

El libro fue compuesto a lo largo de los viajes en tren del autor entre Alcalá de Henares, Leganés y Cuenca y también en los viajes en avión que realizó en Estados Unidos entre San Francisco y Las Vegas, tal como el autor indica. Por mucho tiempo, dice, todos estos poemas sólo contaron con la lectura de una persona cercana a él, llamada Patricia. Además vivió varias muertes de personas cercanas a él, pero también el nacimiento de sus hijas. Con todo esto tenemos planteado que el periodo de composición de este poemario atraviesa una etapa importante de cambios vitales en la vida de Mazarío. Aparte de ello, tiene una dedicatoria especial en el libro a Julio Huélamo, que fue, aunque no se diga en el libro, profesor de Literatura en los años de la década de 1990 para los alumnos de Bachillerato y del Curso de Orientación Universitaria en el hoy día Instituto de Educación Secundaria Cardenal Cisneros, mixto 5, de Alcalá. Hoy día, Julio Huélamo Kosma es miembro de la Academia de las Artes Escénicas y dirige desde 1999 el Centro de Documentación Teatral, sito en Madrid capital, desde donde presta un servicio de divulgación del teatro desde todas las perspectivas posibles, el cual es un servicio único en toda la Unión Europea. Carlos Mazarío comenta que este profesor le abrió la puerta. Le aplaudo la dedicatoria. Yo también le dediqué uno de mis primeros libros de poesía, aún inédito. También fue profesor mío y realmente era un profesor que abría las puertas de la estimulación creativa a aquellos que teníamos, tenemos, inquietudes creativas. Quizá Huélamo, en este sentido es uno de los personajes de fondo en la biografía de muchas de las personas de las generaciones jóvenes de Alcalá de Henares que hoy día escriben. Uno de esos personajes que descubres que existen y tienen peso importante cuando te lo encuentras referido en varias de las trayectorias de las personas que lo vivieron.

Volviendo a Mi vida en Camposanto en sí, la estética visual es importante en el libro. Ya en su interior los poemas, que tienden a ser en su mayoría poemas de dos a cuatro versos, a veces un verso, a veces cinco o seis, se disponen de dos en dos en las páginas, colocados uno en la parte superior y otro en la parte inferior. Entre medias de ellos aparecen tres cruces en el centro de cada página a modo de signo que marca el cambio de poema, pero a la vez dibuja lo que serían las cruces propias de un cementerio, de un campo santo. Tiene esto un pequeño enlace a esa experimentación estética de los poetas de la primera mitad del siglo XX, como por ejemplo los futuristas, que creían importante y parte de la obra el aspecto visual del poema, y no sólo lo que el poema decía en palabras. Refuerza esta idea que todos los poemas contienen una o dos palabras en mayúscula y negrita dándonos a entender dónde poner la mayor atención para captar la clave de la esencia que el autor quería lanzar en cada composición. A través de este uso de la tipografía en el poema nos muestra una forma de entenderlo más áspero de lo que, si no atendiéramos a esos destacados, nos resultaría. Si leyéramos sólo las negritas tendríamos una idea general algo así como "Rancho frío", "Cumpleaños", "Trece años", o bien: "Centros comerciales", "Incienso". la intencionalidad pudiera estar, o quizá es coincidencia, pero pudiera estar. Si seguimos la comparativa con la idea de poema visual del futurismo, ¿hemos de pensar que si las cruces de separación de poemas son cruces de cementerio, y por tanto los poemas las tumbas, serían entonces las palabras destacadas los nombres de las lápidas, o sea: títulos? Pero no nos perdamos demasiado, en este caso el experimentalismo visual no es algo ni tan atrevido ni tan experimental como aquellas creaciones del comienzo del siglo XX, es algo más discreto, más estética de diseño, pero sin embargo, es obvio que las cruces están y que los poemas se transforman en los pensamientos de los muertos de debajo de esas cruces, o a mejor decir: de uno de los muertos. 

Los poemas siguen un cierto orden cronológico a modo de pensamientos en primera persona de un muerto que ha llegado nuevo al cementerio y según pasa el tiempo cuenta sus impresiones de lo que fue la vida, de lo que es la muerte y de lo que es el cementerio como conexión entre los vivos y los muertos. Existe aquí una cierta reminiscencia filosófica-religiosa con San Agustín, a través de su visión de La Ciudad de Dios con sus espacios para los vivos y para los muertos, sólo que aquí la ciudad es algo menos celestial y más evidentemente terrenal. Siguiendo los poemas vemos que el triunfo del tiempo será para la muerte, pero la vida siempre habrá tenido un impacto en ellos que marcará toda la existencia de lo que un día fue el difunto. Así, este poemario tiene su mayor conexión con el mexicano Juan Rulfo y su novela Pedro Páramo, de 1955. Efectivamente, los muertos hablan entre ellos de tumba a tumba y se cuentan sus cosas de vivo y de muertos, y hablan sobre los vivos que visitan el cementerio. Pero en este caso, todos los poemas corresponden, como he dicho, a la voz de uno sólo de los muertos, y es a través de esa voz que nos enteramos de las historias de los otros muertos y de las cosas de los vivos que andan cerca de ellos. Mazarío pasa así a interiorizar en él y en el lector que adopta su voz, la voz de la experiencia del que se fue. Se transforma el poemario en un ejercicio de voz de la experiencia y de metafísica humanística. Tal vez por ello, algún poema nos puede recordar un aforismo, más que un poema.

Pasábamos las tardes en CENTROS COMERCIALES.
perdíamos el tiempo a borbotones.

Y sin embargo, en este poema de ejemplo, existe una carga existencialista tan fuerte que, desde lo aparentemente frívolo, se crea una metáfora de la vida moderna que carga el sentido de esta de un vacío enorme rellenado por el nuevo opio del pueblo, que diría el marxismo, el cual no sería la religión, sino el capitalismo consumista. Se va la vida religiosamente consumiendo, sin atender a la vida misma, a lo que realmente ofrece esta. 

Mazarío hace bien sus deberes, el poemario tiene su carga existencial y filosófica, disfrazada de falso pensamiento banal, pero también sus referencias literarias,  y no sólo a Rulfo o a San Agustín, la Edad Media se abre paso a lo largo del libro cada cierto número de poemas cuando se recuerda que las vidas son los ríos que van a dar a la mar, que escribió Jorge Manrique, sólo que se recuerda de rebote, el lector ha de darse cuenta de la referencia, pues en este caso la importancia la cobra la lluvia, que alimenta los ríos y el mar. 

Cuando LLEGA UNO NUEVO
se acostumbra bien pronto:
es como una llovizna sobre un río.

Si la vida son los ríos, y la mar es la muerte, para Mazarío existe el hecho de la lluvia, que es el acto de morir. La lluvia es algo dinámico, el paso de la vida a la muerte. El hecho de que hemos de morir y morimos. No es estar vivo ni estar muerto, sino morirse. Sobre el cementerio del poemario no para de llover, como así se lee de diversos modos en varios poemas, y hasta crece moho en las lápidas de tanta lluvia que cae. 

Os llevamos MILENIOS DE VENTAJA;
nunca seréis tantos como nosotros.

Quizá Mazarío haya querido aproximarse en cierto modo a los poemas haikus orientales, aunque desde luego no contiene la asimetría ni el naturalismo reflexivo de estos. Como sea, son construcciones muy inteligentemente construidas, a menudo llena de giros que cambian el sentido del mensaje que al principio uno cree que va a recibir. Suele ocurrir esto especialmente cuando piensan o hablan de los vivos y las cosas que hacen cuando llegan al cementerio, recordando que también ellos estuvieron vivos y por tanto conscientes de la vida y de la muerte.

Tenemos todos LA MISMA SONRISA.
Nos hacen gracia las mismas tontunas.

Tiene, en fin, un cuidado proceso de elaboración, aunque pareciera que no para el lector menos reflexivo. Incluso la psicología y la sociología tienen espacio en estas pequeñas composiciones, siempre al servicio del existencialismo e incluso del vitalismo y los impulsos primarios que conforman la vida.

Cuando éramos pequeños, mi hermano y yo teníamos
la costumbre de tratarnos A HOSTIAS.
Los estudiosos de guerras civiles
no suelen percatarse de detalles como este.

Mi vida en Camposanto es un poemario que parece sencillo, pero de fondo no lo es. Quizá sea breve, pero es altamente profundo y existencialista, lo que hace que su lectura requiera de tiempo para la reflexión. No es cosa de leerlo en una tarde. Además, no sólo sus poemas están bastante pensados, la obra en conjunto es evidentemente otro producto pensado con significado propio más allá del significado de sus poemas en solitario. Este poemario parece adquirir la forma de relato de reflexión interior, de novela introspectiva, pero es poemario. Un poemario con una cierta belleza, una belleza de crisantemo bajo la llovizna.

Reseña escrita por Daniel L.-Serrano "Canichu".

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