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sábado, 2 de diciembre de 2023

Fábula del fragmento

Título: Fábula del fragmento.
Autor: Francisco José Martínez Morán.
Editorial: Balduque.
Año de publicación: 2023 (1ª edición).
Colección: Intravagantes.
Género: Poesía en prosa.
ISBN: 978-84-127648-9-5.



Uno de nuestros poetas más importantes actuales, Francisco José Martínez Morán, ha publicado este año 2023 dos libros. Uno de ellos es la primera antología que se le ha hecho, Materia de luz. Poesía 2006-2023, con selección y prólogo de Verónica Aranda, editado por el ayuntamiento de Torrejón de Ardoz, en la colección Tras la puerta. Personalmente me parece una lástima que siendo uno de los poetas alcalaínos más reconocidos en el panorama nacional, se haya adelantado Torrejón de Ardoz en hacerle una antología y no Alcalá de Henares. El otro es un nuevo poemario presentado a mediados del mes de noviembre por primera vez, en la sala de actos de la Sala de Exposiciones del Antiguo Hospital de Santa María la Rica. Es Fábula del fragmento, publicado por Ediciones Balduque en rústica con cubiertas solapadas en un gris quizá con un sutil toque verde, donde hay una fotografía de lo que pudiera ser una especie de mina de carboncillo, o similar interrumpida, como haciendo pasillo en una nebulosa gris. En la presentación del libro Martínez Morán regaló a su ciudad algo que dijo que nunca volvería a repetir, la lectura completa de todo el libro ante el público asistente, lo que es un lujo poder escuchar no tanto la interpretación o explicaciones del autor sino el cómo lo vive y lo lee. No es algo usual. Esto en presencia de la gente de Librería Diógenes, que le apoyó en la venta de ejemplares durante el acto. Quien quiso pudo hacer una lectura conjunta con el autor, como si se tratara de una de aquellas lecturas antiguas que los escritores de los siglos XIX y XX hacían de sus nuevas obras, aunque aquellas eran en cafés y en algunos casos en convites en casas propias.

En los poemarios más recientes de Martínez Morán, Los cuadernos del frío (2021) y No (2021), se había afianzado en una constante que había ido creciendo en él, los poemas breves, donde busca decir lo máximo en lo mínimo. Sigue ese rumbo en este Fábula del fragmento, con una innovación en él, se tratan de poemas breves en prosa. De hecho no sólo son poemas breves en prosa, si no que además todos ellos se siguen entre sí creando una serie de estampas que pueden funcionar por sí solas, pero que en realidad se complementan entre sí, formando en conjunto una historia. En este sentido sigue la estela del poemario por excelencia de poesías en prosa en español que además forman una historia en conjunto, Platero y yo (1914), de Juan Ramón Jiménez. Su diferencia está en que el de Juan Ramón Jiménez tenía un estilo modernista y simbólico, con apuntes costumbristas, mientras que el de Martínez Morán tiene un tono más surrealista, también tiene simbolismos, pero está más sujeto a la cultura audiovisual propia del siglo XXI al recordarnos permanentemente a una especie de travesía a través de una pantalla de cine donde el personaje transcurre su vida en blanco, sin saber a dónde va en concreto, ni dónde está, ni porqué avanza. En la presentación el propio autor llegó a hablar de un ritmo de película de cine mudo experimental, mientras que su editor comentaba que tenía algo de movimiento de piezas de ajedrez sobre el tablero. Como sea, Martínez Morán se despega así del costumbrismo de Juan Ramón Jiménez para acogerse más al existencialismo, al nihilismo de Sartre en cierto modo, e incluso a la psicología de Freud sobre el yo y la existencia, lo onírico, y el otro en mi vida.

El libro también tiene tanto temática como algo de esa novela surrealista y de humor que es El paseo infinito (2014), de Daniel Higiénico, y por ello de Miguel de Unamuno cuando se mete en su propia obra para cuestionar la existencia de sus protagonistas en Niebla (1914), otro libro a vueltas con el modernismo, el existencialismo y el nihilismo. Aunque Martínez Morán no aborda el humor.

En general, en conjunto, nos narra una especie de fábula, de cuento, tal como el título nos indica, Fábula del fragmento. De hecho Francisco José Martínez Morán contó en su presentación que la idea original era crear una historia narrativa en prosa en modo cuento, pero que una vez que iba acumulando y leyendo sus notas se dio cuenta que cada fragmento funcionaba bien cada uno como poema. De ahí que el resultado sea el citado. El conjunto es una narración en tercera persona de un narrador que está muy atento a un protagonista del que no se dice el nombre. A veces narrador y protagonista se confunden y parecen ser el mismo. El protagonista tiene relación con alguien que aparece como P., que es alguien que le sigue en su divagar, que incluso parece que en algún momento le ha precedido en el viaje, y que en ocasiones parece o bien que no existe, porque es parte de la mente del protagonista, o bien que incluso el protagonista es P., o que sí, que son dos personas pero una de ellas parece etérea.

Tal como ocurre en la novela de Daniel Higiénico, pero aquí con un muy cuidado sentido de la belleza estética y el existencialismo más poético, simbólico y figurativo, el protagonista, que fácilmente puede ser el propio yo, el del escritor o el del lector, inicia un viaje partiendo de un lugar del que no sabe nada. Ese viaje sólo puede ser a través de un largo pasillo sin ventanas, en blanco, que se va formando según se avanza y del que nunca se ve el final. Parece que el mismo pasillo, lleno de luz, se forma con el propio pensamiento del que camina, que parece caminar a través de una pantalla de cine en blanco que él mismo completa con su propia vida, como una película, una película muda, pues no hay con quien hablar, sólo pensamientos y recuerdos que se van formando mientras parece compartir, seguir o ser seguido con y por P., que, como se ha dicho, parece a veces que no existe o que es el protagonista mismo o que el protagonista no sabe que es él quien no existe y sólo existe P. De este modo, a través de varios bloques que recogen varios de estos poemas en prosa con sentidas imágenes y reflexiones, vamos atravesando el camino que no se sabe a dónde va con el protagonista. Vamos con él en su mente, o quizá sea nuestra mente, pues el viaje se va haciendo evidente es que, como toda película, se va del inicio al final. Es una metáfora de vida que acaba, además, con un simbolismo muy propio del Modernismo propiamente dicho de inicios del siglo XX, donde simbólicamente al  final del pasillo hay un anciano ciego que le espera junto a una fuente de agua que, cuando llegas a ella, hemos de pensar que bebes o te metes en ella, todo te sumerge en luz blanca y ya no hay más que luz blanca y formas parte de la luz blanca. Se entiende bien. No hay nada, nada más.

A lo largo del camino van surgiendo recuerdos de lugares, objetos y momentos que conforman la individualidad de cada estampa que es cada poema por sí solo. Son compartimentos estancos que a la vez se asemejan al pensamiento de una persona, que puede tener diversos momentos en su vida, pero en conjunto estos forman su vida completa.

“Pensaba mucho en la soberbia, en las altas torres, en las profundas mentiras del anhelo. Ahora es más pragmático”, escribe en uno de esos fragmentos donde se exploran diversos momentos de la emocionalidad del alma tanto ante lo desconocido como ante los buenos y los malos momentos ya vividos. En cierto modo el protagonista va haciendo en el recorrido un balance de su vida, más que un desarrollo de la misma, como si el pasillo de luz blanca que recorre fuera el camino hacia el Más Allá del que hablan aquellos que a punto de morir se salvan y dicen haber sido atraídos por una luz blanca mientras repasaban toda su vida ante sus ojos. “El peligro nunca es explícito en el corredor, pero eso no significa que no exista (…)”, dice en el inicio de otro de los fragmentos. Los miedos están también presentes, pues lo desconocido, como dirá y desarrollará en otro poema es lo que realmente nos da miedo, sólo lo conocido nos da la valentía que otorga la seguridad. Y ante esto, según avance cada vez más por el pasillo que desconoce y no sabe a dónde llegar, dirá: “Quizás afuera nieve: letanía de ceniza, lenta piel del desencanto”.

Bellas y reflexivas son las palabras del poema:

“Tiene sed, pero es la sed, precisamente, la que lo mantiene vivo. No mana fuente alguna de la entraña del muro, la sequedad del corredor a veces recuerda a la de los desiertos.

Por eso es incapaz de olvidar la flor y el paraíso, el oasis y la primavera que jamás será siquiera capaz de concebir fuera del sueño”.

Tienen un camino intermedio entre lo filosófico y lo teológico que le ubican en un pensamiento que puede habitar en lo religioso, en lo agnóstico y en lo ateo a la vez. Porque Martínez Morán lo ubica precisamente en el campo que le es común a todos: lo humano y lo desconocido en contraste con lo conocido en una vida. He ahí la reminiscencia a Calderón de la Barca, pero también al Antiguo Testamento, donde el sueño puede ser la vida terrenal en lugar del descanso eterno. Un juego de pensamiento que nos invita a leer quedos, pacientes y reflexivos, a pesar de que también se puede hacer una lectura de seguido.

Podemos leer en individualidades o como si todo el libro fuera en sí un único gran poema en prosa fraccionado.

Martínez Morán, gran amante de los ritmos marcados por una sonoridad serena, busca y mide las palabras en un lenguaje rico y a la vez sencillo que ubica con precisión en una sintaxis meditada. No hay excesos ni estridencias. Su propia lectura del libro nos indica ese concepto de lectura pausada que saboree los sonidos.

“Naranjas en las manos. Su pulpa fresquísima, su sexto dedo palpando la piel rugosa. El placer de la lengua. Nada podría igualarse, ni siquiera el tacto de los libros. (…)”.

 Ese gusto por el sonido exacto, el ritmo reflexivo, la parada concreta, se combinan con todo ese mundo de simbolismos alegóricos y metafóricos dentro de lo que es el existencialismo.  

Francisco José Martínez Morán nos da aquí un nuevo poemario que sin duda es posible que le haya hecho viajar por su propio espacio blanquecino e iluminado que es el que nos hace estar vivos.


Reseña escrita por Daniel L.-Serrano "Canichu".

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