Autor: Francisco José Martínez Morán.
Editorial: Balduque.
Colección: Intravagantes.
Género: Poesía en prosa.
ISBN: 978-84-127648-9-5.
En los poemarios más recientes de Martínez Morán, Los cuadernos del frío (2021) y No (2021), se había afianzado en una
constante que había ido creciendo en él, los poemas breves, donde busca decir
lo máximo en lo mínimo. Sigue ese rumbo en este Fábula del fragmento, con una innovación en él, se tratan de poemas
breves en prosa. De hecho no sólo son poemas breves en prosa, si no que además
todos ellos se siguen entre sí creando una serie de estampas que pueden
funcionar por sí solas, pero que en realidad se complementan entre sí, formando
en conjunto una historia. En este sentido sigue la estela del poemario por
excelencia de poesías en prosa en español que además forman una historia en
conjunto, Platero y yo (1914), de
Juan Ramón Jiménez. Su diferencia está en que el de Juan Ramón Jiménez tenía un
estilo modernista y simbólico, con apuntes costumbristas, mientras que el de
Martínez Morán tiene un tono más surrealista, también tiene simbolismos, pero
está más sujeto a la cultura audiovisual propia del siglo XXI al recordarnos
permanentemente a una especie de travesía a través de una pantalla de cine
donde el personaje transcurre su vida en blanco, sin saber a dónde va en concreto,
ni dónde está, ni porqué avanza. En la presentación el propio autor llegó a
hablar de un ritmo de película de cine mudo experimental, mientras que su
editor comentaba que tenía algo de movimiento de piezas de ajedrez sobre el
tablero. Como sea, Martínez Morán se despega así del costumbrismo de Juan Ramón
Jiménez para acogerse más al existencialismo, al nihilismo de Sartre en cierto
modo, e incluso a la psicología de Freud sobre el yo y la existencia, lo onírico,
y el otro en mi vida.
El libro también tiene tanto temática como algo de esa
novela surrealista y de humor que es El
paseo infinito (2014), de Daniel Higiénico, y por ello de Miguel de Unamuno
cuando se mete en su propia obra para cuestionar la existencia de sus
protagonistas en Niebla (1914), otro
libro a vueltas con el modernismo, el existencialismo y el nihilismo. Aunque Martínez
Morán no aborda el humor.
En general, en conjunto, nos narra una especie de fábula, de
cuento, tal como el título nos indica, Fábula
del fragmento. De hecho Francisco José Martínez Morán contó en su
presentación que la idea original era crear una historia narrativa en prosa en modo
cuento, pero que una vez que iba acumulando y leyendo sus notas se dio cuenta que
cada fragmento funcionaba bien cada uno como poema. De ahí que el resultado sea
el citado. El conjunto es una narración en tercera persona de un narrador que
está muy atento a un protagonista del que no se dice el nombre. A veces
narrador y protagonista se confunden y parecen ser el mismo. El protagonista tiene
relación con alguien que aparece como P., que es alguien que le sigue en su
divagar, que incluso parece que en algún momento le ha precedido en el viaje, y
que en ocasiones parece o bien que no existe, porque es parte de la mente del
protagonista, o bien que incluso el protagonista es P., o que sí, que son dos
personas pero una de ellas parece etérea.
Tal como ocurre en la novela de Daniel Higiénico, pero aquí
con un muy cuidado sentido de la belleza estética y el existencialismo más
poético, simbólico y figurativo, el protagonista, que fácilmente puede ser el
propio yo, el del escritor o el del lector, inicia un viaje partiendo de un
lugar del que no sabe nada. Ese viaje sólo puede ser a través de un largo
pasillo sin ventanas, en blanco, que se va formando según se avanza y del que
nunca se ve el final. Parece que el mismo pasillo, lleno de luz, se forma con
el propio pensamiento del que camina, que parece caminar a través de una
pantalla de cine en blanco que él mismo completa con su propia vida, como una
película, una película muda, pues no hay con quien hablar, sólo pensamientos y
recuerdos que se van formando mientras parece compartir, seguir o ser seguido
con y por P., que, como se ha dicho, parece a veces que no existe o que es el
protagonista mismo o que el protagonista no sabe que es él quien no existe y
sólo existe P. De este modo, a través de varios bloques que recogen varios de
estos poemas en prosa con sentidas imágenes y reflexiones, vamos atravesando el
camino que no se sabe a dónde va con el protagonista. Vamos con él en su mente,
o quizá sea nuestra mente, pues el viaje se va haciendo evidente es que, como
toda película, se va del inicio al final. Es una metáfora de vida que acaba,
además, con un simbolismo muy propio del Modernismo propiamente dicho de
inicios del siglo XX, donde simbólicamente al
final del pasillo hay un anciano ciego que le espera junto a una fuente
de agua que, cuando llegas a ella, hemos de pensar que bebes o te metes en
ella, todo te sumerge en luz blanca y ya no hay más que luz blanca y formas
parte de la luz blanca. Se entiende bien. No hay nada, nada más.
A lo largo del camino van surgiendo recuerdos de lugares,
objetos y momentos que conforman la individualidad de cada estampa que es cada
poema por sí solo. Son compartimentos estancos que a la vez se asemejan al
pensamiento de una persona, que puede tener diversos momentos en su vida, pero
en conjunto estos forman su vida completa.
“Pensaba mucho en la
soberbia, en las altas torres, en las profundas mentiras del anhelo. Ahora es
más pragmático”, escribe en uno de esos fragmentos donde se exploran
diversos momentos de la emocionalidad del alma tanto ante lo desconocido como
ante los buenos y los malos momentos ya vividos. En cierto modo el protagonista
va haciendo en el recorrido un balance de su vida, más que un desarrollo de la
misma, como si el pasillo de luz blanca que recorre fuera el camino hacia el
Más Allá del que hablan aquellos que a punto de morir se salvan y dicen haber
sido atraídos por una luz blanca mientras repasaban toda su vida ante sus ojos.
“El peligro nunca es explícito en el
corredor, pero eso no significa que no exista (…)”, dice en el inicio de
otro de los fragmentos. Los miedos están también presentes, pues lo
desconocido, como dirá y desarrollará en otro poema es lo que realmente nos da
miedo, sólo lo conocido nos da la valentía que otorga la seguridad. Y ante
esto, según avance cada vez más por el pasillo que desconoce y no sabe a dónde
llegar, dirá: “Quizás afuera nieve:
letanía de ceniza, lenta piel del desencanto”.
Bellas y reflexivas son las palabras del poema:
“Tiene sed, pero es la
sed, precisamente, la que lo mantiene vivo. No mana fuente alguna de la entraña
del muro, la sequedad del corredor a veces recuerda a la de los desiertos.
Por eso es incapaz de
olvidar la flor y el paraíso, el oasis y la primavera que jamás será siquiera
capaz de concebir fuera del sueño”.
Tienen un camino intermedio entre lo filosófico y lo
teológico que le ubican en un pensamiento que puede habitar en lo religioso, en
lo agnóstico y en lo ateo a la vez. Porque Martínez Morán lo ubica precisamente
en el campo que le es común a todos: lo humano y lo desconocido en contraste
con lo conocido en una vida. He ahí la reminiscencia a Calderón de la Barca,
pero también al Antiguo Testamento,
donde el sueño puede ser la vida terrenal en lugar del descanso eterno. Un juego
de pensamiento que nos invita a leer quedos, pacientes y reflexivos, a pesar de
que también se puede hacer una lectura de seguido.
Podemos leer en individualidades o como si todo el libro
fuera en sí un único gran poema en prosa fraccionado.
Martínez Morán, gran amante de los ritmos marcados por una
sonoridad serena, busca y mide las palabras en un lenguaje rico y a la vez
sencillo que ubica con precisión en una sintaxis meditada. No hay excesos ni
estridencias. Su propia lectura del libro nos indica ese concepto de lectura
pausada que saboree los sonidos.
“Naranjas en las
manos. Su pulpa fresquísima, su sexto dedo palpando la piel rugosa. El placer
de la lengua. Nada podría igualarse, ni siquiera el tacto de los libros. (…)”.
Ese gusto por el
sonido exacto, el ritmo reflexivo, la parada concreta, se combinan con todo ese
mundo de simbolismos alegóricos y metafóricos dentro de lo que es el
existencialismo.
Francisco José Martínez Morán nos da aquí un nuevo poemario
que sin duda es posible que le haya hecho viajar por su propio espacio
blanquecino e iluminado que es el que nos hace estar vivos.
Reseña escrita por Daniel L.-Serrano "Canichu".
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