Título: Mujeres novohispanas e identidad criolla (siglos XVI y XVII).
Autor: Alberto Baena Zapatero.
Editor: Ayuntamiento de Alcalá de Henares.
Año de publicación: 2009 (1ª edición).
Género: Historia; ensayo.
ISBN: 978-84-87914-33-1
Cerrando este año 2020 en estas Notas de los Cíclopes Libreros, vamos a seguir la estela de las tres últimas entradas, las cuales se dedicaron a dos autores alcalaínos y uno relacionado con Alcalá en torno a América en su descubrimiento, eran Antonio de Solís (en torno a la conquista de México con todas las fuentes que encontró en veinte años), Pedro Sarmiento de Gamboa (sobre la Historia de los incas entrevistando a indios y españoles que participaron de aquellas guerras) y Cristóbal Colón (con sus diarios y cartas personales durante sus viajes). Hoy para completar esta visión desde autores alcalaínos vamos a dar un salto de siglos y nos vamos a situar en un autor del siglo XXI con método histórico científico actual, Alberto Baena Zapatero, doctor en Historia Moderna por la Universidad Autónoma de Madrid, centrados sus estudios en la América española colonial. Este autor es madrileño. Da clases universitarias, pero también las ha impartido para el ayuntamiento de Madrid. Su campo de estudio se especializa aún más en las perspectivas de género y en la legislación en cuanto a las diferencias hombre-mujer en la Historia española. En este sentido tiene numerosas publicaciones entre libros y artículos relacionados con la mujer en la Historia española, especialmente con la América española. Su primera publicación fue La presencia de la economía en las actividades del IUEM (2005), a la que siguió La mentalidad del conquistador español en las crónicas de la Nueva España (2006), Las virreinas novohispanas y sus cortejos: vida cortesana y poder indirecto, publicado con José Martínez en Las relaciones discretas entre la monarquía hispana y portuguesa: la casas de las reinas (2008), Las mujeres españolas y el discurso moralista en España (2008), Nuevos caminos: la historia de las mujeres en España y América Latina (2009), Mujeres novohispanas e identidad criolla (siglos XVI y XVII) (2009, revisado y ampliado en 2018), junto a varios autores La nao de China (1565-1815), navegación, comercio e intercambios culturales (2013), participó del libro A 500 años del hallazgo del Pacífico. La presencia novohispana en el Mar del Sur (2016), con Estela Rosellón para la Universidad Nacional Autónoma de México y publicado por una revista brasileña Mujeres en la Nueva España (2018), y de nuevo autor en exclusiva de De imperios a naciones en el mundo ibérico (2019). El autor, como profesor universitario, ha pasado como invitado por universidades de Perú y México, entre otras. Para la presente nota nos vamos a centrar en el que ha sido el libro más importante de los que ha escrito hasta ahora, que es el que le ha marcado más su trayectoria investigadora y docente: Mujeres novohispanas e identidad criolla (siglos XVI y XVII), el cual estaría terminado en 2008, pero no se publicó hasta 2009, y, como se ha dicho fue vuelto a publicar de manera revisada y ampliada en 2018, a los diez años de su escritura, y editado por Ediciones BRF (Beatriz Rubio Fernández). Este libro, el que más puertas le ha abierto y más prestigio le ha dado, le liga a los autores alcalaínos en cuanto a que Alberto Baena lo presentó al Premio Isidra de Guzmán del ayuntamiento de Alcalá de Henares, el cual ganó y le publicó en 2009 quinientos ejemplares y le comenzó a dar muy amplia difusión.
El Premio Isidra de Guzmán lo instituyó el ayuntamiento de Alcalá de Henares en 1992, siendo alcalde Florencio Campos (PSOE), en honor a la primera doctorada universitaria y también autora alcalaína Isidra de Guzmán. Este premio persigue reconocer y dar altavoz a aquellas investigaciones que ahonden en el mundo de la mujer y en las desigualdades por cuestiones de sexo. Actualmente a este premio le completa otro más llamado Premio Francisca de Pedraza, en honor a la dicha Francisca de Pedraza, dedicado este a las personas y asociaciones que combaten la violencia de género, el cual fue un premio creado en 2015, siendo alcalde Bartolomé González (PP). Como se ha dicho, Alberto Baena se presentó al Premio Isidra de Guzmán ganándolo en su XVII edición, en 2008, era la conclusión de su tesis doctoral como historiador. El ayuntamiento editó el libro y lo puso en difusión y en venta a partir de 2009. No obstante, la Concejalía de la Mujer tuvo este libro como uno de los libros que regalaba con cierta frecuencia cuando lo encontraba pertinente incluso a la altura de 2013.
El libro, en cubiertas rústicas solapadas, tenía en portada un fondo blanco y unas mujeres de los siglos mencionados en la investigación que estaban sacadas de algún tipo de tapiz o de pintura, solo que estaban desdibujadas al aplicarles una textura de pixel grueso en las actuales ilustraciones electrónicas. Aunque lo más importante de esta obra es su importantísima labor de investigación tanto en archivos como en literatura, incluía fotografías en blanco y negro de pinturas y representaciones ilustrativas de las temáticas que se tocaban. Es un libro interesante, nos ilustra en cuestiones no muy trabajadas en la historiografía tanto española como americana. En la americana porque prefieren historiar más su Historia precolombina y su Historia desde su independencia, nosotros los españoles porque en general nos desentendemos de la Historia de esos lugares de España que se independizaron de España. Es una buena aproximación a conocer la Historia de la América de la Edad Moderna y de la sociedad española en general del mismo periodo, ya que socialmente y legalmente es lo mismo, con matices en cada lado del océano. Pero recomiendo leerlo con espíritu crítico y autorreflexivo, pues su óptica es la de la corriente historiográfica llamada de género, lo que en sí no es algo negativo, pues siempre han existido corrientes historiográficas, como fue la marxista, la capitalista, la etnocentrista, la étnica, las visiones religiosas, la de la Nueva Escuela francesa, la historia social, las basadas en estadísticas matemáticas, la ecológica, etcétera, como corrientes historiográficas altamente enfocadas a un punto de vista necesitan todas ellas de espíritu crítico y autocrítico para llegar a una visión más amplia de los acontecimientos, pero ni qué decir tiene que todas estas visiones siempe tienen importantísimas aportaciones y el presente libro, desde la historiografía de género, fue todo un acierto y un aporte aún hoy día no igualado. En todo caso, sobre este asunto anoto en mi creencia particular de la necesidad de alcanzar una Historia no excluyente de comprender el mundo como un mundo de todos los grupos interactuando, que haga comprender además que esos grupos a veces sólo son clasificaciones historiográficas para comprender dinámicas pero no para creer que esos grupos son como fórmulas matemáticas; un mundo, pues, de todos los grupos interactuando y no sólo de un mundo con las visiones de un único grupo predominante se hace necesaria, cada vez más. Una visión que combine todas las tendencias posibles para alcanzar una mayor comprensión de lo que fue y pudo ser.
El autor pertenece a la dicha corriente de historiadores que consideran las cuestiones de género entre hombre y mujer como motor explicativo de una parte importante de la Historia, como se ha dicho. El libro es muy innovador, incluso dentro de su tendencia historiográfica, y todo un referente a tener en cuenta, ya que también innova en cuanto a esta perspectiva inédita de tratar de comprender nuestra propia Historia. Tiene aciertos documentales muy destacables y tiene una selección de textos
acertada. Usa de muchas fuentes documentales y
bibliográficas, el autor hizo sus consultas documentales en el
Archivo General de Indias (Sevilla), el Archivo General de la Nación (México) y la Biblioteca
Nacional de España (Madrid). Tal vez le faltó para esta primera versión el
Archivo General de Simancas y el Archivo Histórico Nacional, de España. Ignoro si en la revisión y ampliación de 2018 se consultó estos archivos, no he podido tener esa edición.
1. Yo no me defino como un historiador feminista y tampoco utilizo esa metodología, pero puede ser que haya transmitido otra cosa. Durante el proceso de realización de la tesis tuve varias discusiones con mi directora (a la que debo muchísimas cosas) porque ella consideraba que el fin de mi investigación debía de ser estudiar a las mujeres dentro de la sociedad americana, mientras que para mí lo importante era indagar en las causas del surgimiento de una identidad criolla diferente de la española y sus principales características. Por eso utilicé la metodología de género, que no es feminismo sino una manera de mirar al pasado en la cual las diferencias entre hombres y mujeres se entienden como una construcción cultural. Por lo tanto, las mujeres permitían completar el puzle de un cuadro mayor en el que no se había tenido en cuanta a la mitad de la población.
2. En cuanto a mi crítica a algunos genéricos como “la nobleza”, o “el pueblo” tiene que ver también con las dificultades metodológicas que eso me produjeron durante mi investigación. Normalmente las fuentes documentales no suelen referir la presencia de las mujeres en los actos públicos y no tenemos manera de saber si estaban ahí o no. Hoy en día es fácil suponer que si en un periódico se refieren a los “asistentes” a la toma de posesión de un presidente del gobierno pudo haber entre ellos mujeres, pero si no sabes si estaban autorizadas o no a acudir a estos actos, entonces seguro que lamentas que no te den más información.
3. Respecto a la traslación del modelo cultural español a América lo que trato de defender es algo diferente a lo que me acusas. Yo pienso que el modelo teórico de tradición hispánica (limpieza de sangre, honor, nobleza) trata de implantarse en América, pero las circunstancias específicas de la realidad americana determinó que este modelo se desdibujase y que presentase muchas diferencias con el original.
4. Por supuesto que no estudio la realidad de las mujeres solo desde la perspectiva de la Iglesia y dejo muy claro que sus críticas responden a las desviaciones del modelo que se están dando en la vida cotidiana. Por eso he tratado de completar la visión de la mujer que se tenía en la época con todas las fuentes que pude encontrar, fundamentalmente correspondencia, crónicas de viajeros, leyes, poesía, literatura, memoriales, etc.
5. Lo de referirme sólo a las mujeres de origen español (peninsulares y criollas) no significa que no tenga en cuenta que existían mujeres de otros orígenes étnicos con circunstancias diferentes (aun así hago referencias a indígenas, mulatas, negras o mestizas). Simplemente se trata, una vez más, de una elección metodológica, elijo un grupo social como objeto de estudio que tiene una coherencia interna y que, además, ya se definía en la época como diferente del resto de mujeres. Es necesario recordar que no estamos en una sociedad democrática y el pertenecer al grupo de los criollos tenía una serie de privilegios que se definían a partir de una determinada ideología. Pero esta elección no es solo mía, hay un libro buenísimo de Severo Martínez que explica como veían la explotación de Guatemala los españoles durante el periodo colonial que se llama “la patria del criollo”. Este título se justifica en que la patria de este grupo social, como construcción cultural, era una cosa muy diferente a la que podrían tener en mente los indígenas o los mestizos, pero en este caso se refiere a la mentalidad criolla.
6. Evidentemente podría haber consultado más archivos y bibliotecas pero, en este caso, mis limitaciones económicas y de tiempo no me dieron para más.
Fueron las historiografías anglosajona y
francesa, que sí tenían colonias, las que trataron a los territorios de ultramar españoles como si fueran colonias, cuando en realidad el trato político y territorial
no era tal. O al menos no hasta que los Borbón comenzaron a gobernar en España
mediante una guerra que duró de 1700 a 1715. Felipe V de Borbón consideró los
territorios americanos de España como los franceses entendían los suyos: como
colonias, y así los trató con una serie de políticas un tanto vergonzosas
teniendo en cuenta la trayectoria de los doscientos años anteriores, no es de
extrañar que para finales del siglo XVIII ya existieran conatos de rebelión que
cristalizarían en las guerras de independencia de comienzos del siglo XIX. Pero
todo eso es otra historia que ahora no vamos a profundizar.
Las mujeres hispanas encontraron en la América descubierta en 1492 una vía de nuevas oportunidades y de escape. A menudo se ha citado cómo desde el siglo XVII Norteamérica fue un lugar de experimentación de nuevas formas sociales para poblaciones que venían de los territorios del actual Reino Unido, de Holanda y Bélgica, de Alemania, de Francia, de Suecia y algún que otro lugar europeo, sin embargo, la historiografía se suele olvidar que esto también ocurre entre las poblaciones españolas casi desde aquel 1492. De hecho, incluso algunos de los mitos fundacionales que los anglosajones se han adjudicado en Norteamérica, tienen en realidad un origen con protagonistas españoles, el mismo mito del sueño americano era originalmente el español, el nombre de la moneda dólar viene del castellano, la historia de Pocahontas, sin haber dejado de existir, tuvo ejemplos previos en españoles, alguno fue exactamente lo que la productora Walt Disney quiso contar en su metraje de dibujos animados. Por haber hubo hasta población alemana en tierras Sudamericanas, misiones con proyectos sociales muy curiosos, donde incluso los jesuitas llegaron a introducir las ideas de la Ilustración llegado el siglo XVIII, o territorios donde los cimarrones fundaron pueblos llamados palenques hasta crear incluso un Estado de esclavos fugados donde se prohibía la entrada a los blancos, Estado que si bien existió por un tiempo en la práctica, nunca fue reconocido en la teoria legal y política.
Prácticamente desde el comienzo llegaron mujeres hispanas a América. Por un lado los reyes españoles eran aconsejados por la Iglesia y la Inquisición para que esto se produjera, ya que los españoles solían asentarse en América tomando por esposas y por amantes a mujeres indias, además se daban casos de promiscuidad sexual, bigamias, y sexo por el mero hecho del disfrute del mismo y no sólo por razones reproductoras dentro de un matrimonio cristiano. Por otro lado se consideraba que las mujeres podían ser el contrapunto perfecto para que los hombres no se desmandasen. Llegaron a redactarse leyes que dictaminaban que los hombres casados o comprometidos no pudieran embarcar hacia América sin permiso de su esposa, aunque sorprenda es cierto, pese a que probablemente en este aspecto hubo mucho fraude y mucha evasión del cumplimiento de la ley. También ocurría que algunos nobles que iban a América como oficiales del ejército o a ocupar cargos políticos, no deseaban separarse de sus hijas, de sus esposas es otra historia según cada caso. Pero existía otra razón que ahora apenas se está comenzando a reconstruir a partir de textos documentales guardados en varios archivos que nos hablan de testamentarias, casos judiciales, casos notariales y otros, en los cuales se intuyen varias razones femeninas, y no masculinas, para que se produjera esa emigración. La principal en muchos casos femeninos, sobre todo entre las mujeres no adineradas, era la misma por la que decidieron ir muchos hombres: buscar un futuro mejor donde empezar de nuevo, a menudo creando una nueva identidad que en la península no tenía nada que ver con su pasado. Un océano de distancia entre los dos mundos suponía en el siglo XVI que mucha gente que en sus pueblos no pasaban de criar cerdos, en América, tras unos años, se las diesen de descendientes de familias hidalgas por derecho de conquista, a pesar de que la gran mayoría de los que pretendían serlo nunca habían ascendido en realidad a nada, ni materialmente ni en reconocimiento auténtico de verdad.
Es verdad que tenemos el caso de María de Estrada, que llegó a combatir con la espada en la conquista de Technotitlán, o el caso de otras mujeres de conquistadores de la década de 1520 y de 1530 cuyo apellido era deseado por muchos hombres, ya que realmente adquirieron un valor casi de nobleza, el cual en algunos casos se llegó a corresponder con un título de noble dado por el mismo Rey. Se establecieron linajes de descendientes de conquistadores, pero como era habitual que los hombres murieran en combate o en enfermedad, las viudas y huérfanas eran solicitadas por decenas de hombres, sobre todo de los recién llegados de España, para comprobar su pasado familiar y casarse con ellas con la idea de obtener por medio de ese apellido alguna concesión en forma de rentas, lote de tierras, o lo que fuera. Eso nos da la pista de que en cierto modo existía un concepto matriarcal, más que patriarcal en cuanto a apellidos y ventajas se refiere entre los primeros conquistadores y los primeros colonos en América. Pero también existían esas otras mujeres que no podían aspirar a tener esos apellidos y o bien se inventaban el pasado de sus relaciones amorosas y familiares en América, o bien esgrimían el color de su piel. Y es que en aquella América se recibía también los ideales de la pureza de sangre que existía en esa España que en 1492 expulsó a los judíos, y en 1609 a los moriscos. En América se traducía en que las que venían de Europa, de España, se sentían superiores a las que eran nacidas ya en América, las criollas. Las mujeres españolas venidas de Europa se defendían así ante el reconocimiento social de determinados apellidos más valorados entre los criollos en América que otros apellidos que venían de la península sin haber combatido en el Nuevo Mundo. El color blanco de la piel se transformó así también en una lucha social de clase y racial entre mujeres. Las criollas solían responder intentando avalar que ellas nunca tuvieron familiar alguno que mezclase su sangre con indigenas, aunque las que el color de su piel impedía sostener estas premisas, recurrieron entonces a la defensa del valor de su apellido y de los hechos de sus maridos, padres y hermanos en suelo americano. América en este sentido, a pesar de que en cuestiones raciales los hispanos fueron más abiertos de mente y dados a lo interracial que los anglosajones, se llenó pronto de innumerables distinciones ya no sólo entre blancos europeos, criollos, indios y negros, ahora también aparecían los criollos blancos, los criollos mestizos, los mestizos, los mulatos, los cuarterones, los filipinos-japoneses, los zambos, los indios que fueron de tribu aliada en la conquista, los que no lo fueron, etcétera.
Muchas mujeres se embarcaron a América ya no sólo por motivos de pobreza o siguiendo a sus familiares (hay numerosos documentos de pasajeros de Indias donde las mujeres van a América para reunirse con su marido y en muchas ocasiones no le encuentran porque este o a huido o se ha cambiado de nombre), las hay que tienen los mismos motivos que algunos hombres: huir de la realidad familiar y social que tenían en sus pueblos de origen de España. Muchas habían sido casadas muy jóvenes con hombres mayores que no deseaban. Algunas enviudaron muy pronto, otras tenían matrimonios que no les gustaban, hay documentos que hablan incluso de fugas de jóvenes que son buscadas por la ley porque huyeron ante matrimonios concertados que no deseaban. Hemos de intuir que en algún caso se huiría de una violencia doméstica. Como sea, estas mujeres también existieron y han dejado rastros documentales en sentido judicial o notarial. Su ida era ilegal, como la del hombre en situaciones matrimoniales sin permiso de la esposa, y eran perseguidas, por eso muchas se cambiaban de nombres y se inventaban pasados. Hay un porcentaje de ellas que su futuro en América no les deparó algo mejor de lo que habían dejado. Son más raras de rastrear en los archivos, pero se encuentran de vez en cuando diversos casos. Las mujeres que no eran nobles ni estaban en altos niveles sociales, encontraban en América otro tipo de libertad más, allí se veían libres para trabajar ellas mismas, en algunos casos para poner negocios, cosa que para lograrlo debían esquivar el matrimonio, que no el sexo. En América se vieron más libres para tener relaciones sexuales extramatrimoniales. Los poderes punitivos no estaban tan activos como en España. Existía la Inquisición en América, pero esta, que también quemó gente allí, no estaba tan ágil como en España, quizá porque le faltaban medios ante tanta extensión de territorio, aparte de que el temperamento de estos nuevos españoles era diferente al del peninsular. Los criollos mezclaban lo español con los valores que habían encontrado entre los americanos originales, los indios, pero también porque podían llegar a tener contactos con otros europeos no hispanos (raramente) a partir del siglo XVII, además creían que las autoridades penínsulares estaban muy lejos... Tan lejos que los propios virreyes se comportaban como reyes, y se permitían lujos como tener coches de mano ellos y su mujer, y tras esto, tuvieron coches de mano todas las mujeres adineradas, a pesar de que era ilegal tenerlos si no se era noble.
Los vestidos fueron también más atrevidos en las mujeres en América, cosa que fue motivo de innumerables cartas de sacerdotes a los reyes de España. Hubo separación de conventos según fuesen mujeres de origen criollo europeo o criollo mestizo. Las mujeres hispanas aprendieron de las mujeres indias, que solían ser sus sirvientas, y también de las mestizas, de los placeres de la provocación sensual y del disfrute del sexo por el sexo. Eran por ello más atrevidas, hay obispos que critican los vestidos, perfumes y modales casi de hombre joven que tenían las mujeres en América para conocer parejas. Ellas motivaban además fiestas inimaginables en la península Ibérica. Además, por si fuera poco para molestar a la Iglesia, también conservamos en los archivos documentación extensa donde se habla de cómo las mujeres en la América Española hablaban de todo tipo de temas sin necesidad de tener permiso de un hombre y sin tener que esperar a escuchar la opinión de él primero. Hablaban además con quien querían cuando querían, y saludaban sin esperar a ser saludadas primero y sin necesidad de conocer al hombre previamente si el saludo era a un hombre. Estas cosas que nos harían pensar hoy día que es lo normal, son cosas que en esas épocas era todo un acto de cambio social revolucionario.
Todo esto no quiere decir que las mujeres fueran en la América Española de los siglos XVI y XVII iguales y totalmente libres respecto al hombre. Gozaron de más libertad que las que estaban en la península, eso sí, y fueron todo un campo de experimentación social de lo que estaría por venir sobre todo a partir del siglo XVIII. En América seguía habiendo un fuerte sentido cristiano, por lo menos en lo aparente, entre las mujeres, aunque a veces se rebelaran contra las jerarquías que atacaban sus costumbres. El matrimonio seguía siendo una institución sagrada casi inviolable. Eran ellas quienes se preocupaban fundamentalmente de la educación de los hijos. El sexo extramatrimonial que pudieran tener seguía siendo considerado contrario a su honra, y por extensión a la del padre hasta puntos casi criminales, si se hacía público. De hecho, aquellos coches de mano eran epicentro de encuentros furtivos con los criados o con amantes de su posición social, lo que aparece en casos judiciales por la vía criminal, el sexo no cristianizado era un delito criminal. El trabajo lo podían ejercer si no podían estar bajo el amparo económico de un hombre, ya sea el padre, el esposo o el hermano, aunque en América fue más fácil que trabajaran saltándose estas premisas. La gran mayoría seguía siendo analfabetas, y las que leían se creía que no debían saber escribir, y si hacían ambas cosas la moral las tachaba mal socialmente, y la Iglesia las amonestaba en los templos porque pudieran estar cayendo en la lujuria mientras leían con el libro en una mano y, cito literalmente, la otra la tuvieran libre.
Sus costumbres de entretenimiento de relaciones sociales se transformaron en reuniones femeninas para tomar chocolate entre las mujeres más pudientes. En esas reuniones, pese a todo, seguía reinando un ambiente de tachar a quienes no cumplían con determinados valores sociales propios del Antiguo Régimen, a pesar de lo que ellas hicieran en sus vidas, o de que su propio comportamiento era tachado como amoral entre las mujeres que estaban en la península Ibérica. En este sentido, una serie de cartas, diarios y publicaciones del corazón de la época, nos deja todo el panorama bastante claro. En América habían logrado una relativa relajación moral y ética en cuanto a su comportamiento social, incluso los hombres españoles criollos defendían las costumbres de las mujeres españolas criollas ante las críticas de las europeas de España, pero eso no impedía que se produjera en un ambiente propio de los siglos XVI y XVII: con prejuicios religiosos, raciales, económicos y entre estamentos sociales. Por otra parte, no todas las mujeres venidas de España a América tuvieron un presente mejor que en la península. A menudo pasaron mayores penalidades, ya que los varones de su familia por muerte o por enfermedad tropical, solían cargarlas de los trabajos hogareños que ya realizaban en Europa, de otros para mantener a la familia, y en ocasiones del cuidado de hijos y del marido, si este se quedaba impedido de valerse por sí. Y nunca olvidemos tampoco las altas tasas de prostitución que se alcanzaron en algunos puertos caribeños.
Reseña escrita por Daniel L.-Serrano "Canichu".
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