sábado, 26 de abril de 2025

Yo, monstruos

Título: Yo, monstruos
Autor: Santiago Expósito Amaro (Kamawookie).
Editorial: Olélibros.
Año de publicación: 2025 (1ª edición).
Género: Poesía.
ISBN: 979-13-87620288

 

Santiago Expósito ha sacado un nuevo poemario el reciente marzo de este 2025. Esta vez lo ha hecho con la editorial Olélibros, aunque su diseño de cubierta sigue cierto paralelismo con su anterior Poesía es... ¡apretar los puños!, publicado en 2024 con Domiduca. Muestra una ilutración e blanco y negro tres personajes que rozan lo tétrico pero a la vez la mirada frontal y dura contra ti, el espectador. Se trata del minotauro hecho motorista pandillero, una especie de esqueleto de exmilitar o similar y una Marilyn Monroe medio cadáver. El poemario se llama Yo, monstruos. Expósito explora tres mitos e indaga en ellos mostrando otra visión diferente a la acostumbrada. Parte de la premisa de Stephen King que dice que los monstruos existen, pero habitan dentro de nosotros mismos. 

 El Minotauro maldice su soledad dentro de su encierro en un laberinto del que no puede salir. Marilyn Monroe resucita para contar su versión de los hechos de su vida, mencionando numerosas almas rotas en medio de la celebridad. Y por esos caminos sigue el poemario. Santiago Expósito continúa de esta manera una coherencia respecto a sus poemas del primr poemario, sujetos a una clara influencia de la música rock. En este caso, él prosigue por el camino de lo underground.  
 

Reseña escrita por Daniel L.-Serrano "Canichu".

sábado, 19 de abril de 2025

Numancia

Título: Comedia del cerco de Numancia (también llamado La destrucción de Numancia y Tragedia de Numancia).
Autor: Miguel de Cervantes Saavedra.
Transcriptor: Miguel De Cervantes (manuscrito). 
Primer año de representación: 1585. 
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Título: Numancia
Autor: Miguel de Cervantes Saavedra.
Editorial: Cátedra.
Año de publicación: 1968 (1ª edición, editado por Robert Marrast).
Colección: Letras Hispánicas. 
Nº de volumen en la colección: 195. 
Género: Teatro.
ISBN:  978-84-37604466
 
Miguel de Cervantes sabía que había triunfado con la novela, pero en realidad él, desde el principio, siempre se sintió dramaturgo. Pero igual que le ocurriera con la poesía, en la que él también quería ser reconocido, en el teatro tampoco encontró el éxito que él esperaba. De sus propias notas autobiográficas sabemos que desde muy joven iba detrás de los carros de los comediantes ambulantes, que escribió entre veinte y treinta obras teatrales (anotó así él la cifra) y que, según dijo él, ninguna de sus obras fue abucheada ni se les arrojó hortalizas y frutas. Si nos atenemos a esas notas, hemos de creer que tuvo un éxito empresarial en lo que es el teatro. Ahora bien, aunque sus obras pudieran gustar al público que acudiera, este público no le otorgó el gran éxito teatral que deseaba, pues realmente las obras de teatro que atraían a la gente eran obras más modernas y estructuradas de manera más innovadora, de la mano de Lope de Vega, entre otros. De hecho, aparte de cuestiones personales entre ellos, Cervantes y Lope de Vega también encontraban como uno de los fundamentos de su enemistad la rivalidad teatral. Eran totalmente opuestos a cómo entendían el teatro el uno y el otro. Cervantes se acogía a estructuras y temáticas más clásicas. Mientras que Lope de Vega innovaba y buscaba temáticas más populares y actuales. De entre aquellas veinte o treinta obras teatrales citadas por Cervantes, se conservan sólo once de ellas, más ocho entremeses, pero se conoce el título de diecisiete. Se le han atribuido algunas obras de las que hay autores que tienen dudas de que sea una atribución correcta. La falta de impresiones de alguna de estas obras, o la pérdida de algunos de los títulos, nos indica ya que ese éxito del que habla Cervantes es relativo. Pudo gustar a su público, pero su público probablemente no era tan numeroso como otros autores, incluidas contraprogramaciones de Lope de Vega. Los críticos actuales, sin embargo, hablan de un teatro más profundo y que analiza mejor la psicología de los personajes respecto a otros autores de la época. Hay incluso quien considera a fecha de hoy que se aproxima al teatro que se hace en el resto de Europa en ese momento, como pueda ser el teatro inglés y Shakeaspeare. Según Cervantes escribió de sí, fue el primero en España en representar estados del alma sobre el escenario. Sea como sea, no hace muchos años apareció una de las obras perdidas, puede que aún en algún archivo, biblioteca particular o casa antigua pueda aparecer algún otro.
 
Cervantes escribió teatro mucho antes que prosa. Hoy le presentamos con este perfil como dramaturgo con
Comedia del cerco de Numancia, así titulada por él de su puño y letra, pero también llamada La destrucción de Numancia y Tragedia de Numancia, actualmente esta obra de teatro es llamada simplemente Numancia. Fue escrita y representada en 1585. Se conservan dos manuscritos originales. Uno de ellos está en la Biblioteca Nacional de España, el otro está en la colección Sancho Rayón de la Hispanic Society de New York. Hay un tercer manuscrito aunque transcrito por otra persona mucho tiempo después, se trata de la transcripción de Antonio Sancha en su edición de Viaje al Parnaso, que hizo en Madrid en 1784 a partir de lo que parece evidente debió ser un manuscrito original que no corresponde con los otros dos citados, pero que, aún con licencias del propio Sancha, los expertos afirman que es fiable. Así lo hace constatar la edición  digital de Numancia en la Biblioteca Virtual Cervantes. En su época, en el siglo XVI, la obra tuvo buena acogida. Desde el siglo XVIII hasta la actualidad se la considera la mejor obra de teatro renacentista española, al menos en su construcción y planteamiento. Durante la Guerra de Independencia de 1808-1814 se representó con mucho éxito de público, especialmente en Zaragoza durante su sitio por las tropas francesas. La obra, de hecho, cuadra bien con el teatro historicista del romanticismo del siglo XIX. Narra el último año de sitio de la ciudad de Numancia por las tropas romanas y su desenlace trágico y heroico en el que sus habitantes deciden suicidarse en masa y destruir la ciudad antes de que Roma la tome. 

Cervantes no había leído las crónicas romanas de Tito Livio, Estrabón, Salustio, Polibio o Lucio Anneo Floro, sino que conocía esa parte de la Historia a través de una crónica de la Historia de España escrita por Florián de Ocampo en 1553, que continuó Ambrosio de Morales, que fue muy leída en su época, así como otras crónicas de Diego de Valera y Juan de Timoneda en las que aparecen detalles que sólo aportan ellos en el siglo XVI, como el episodio de la entrega de llaves de la ciudad, que Cervantes recoge en la última escena de su obra. También debió influirle La Iliada de Homero, en cuanto a la escena en la que se plantea la posibilidad de solucionar la guerra mediante un combate singular entre dos guerreros, uno por cada bando, a los pies de las murallas. E igualmente La Eneida de Virgilio, pues aparecen unas deidades e incluso un difunto que no sólo vaticinan cómo terminará Numancia, pues está predestinada, sino también como evolucionará España y cómo será la descendencia de sus reyes, augurando ser Imperio del mundo con Felipe II, rey y emperador en esos momentos en los que se crea la obra. Ni que decir tiene que esas crónicas citadas tenían por objeto ensalzar España como Imperio y a los Augsburgo. Pensemos que por entonces recibía el nombre de Reino Hispánico, pues era un reino de reinos desde la unión de los Reyes Católicos con su matrimonio y la Guerra de Sucesión Castellana de 1475-1479. El nombre de España se usaba de manera genérica recordando el antiguo genérico de Hispania en los tiempos de Roma, e incluso en los visigodos. El nombre de España como nombre del Estado se generalizará y oficializará con los Borbón en el siglo XVIII. Al ser un reino de reinos se quería potenciar una idea que ya existiera desde los tiempos medievales de Alfonso VI y de Alfonso X, que aunque fueran varios reinos, en realidad existía una unidad de destino llamada España, por lo que un rey debía prevalecer sobre los otros reyes. Sin entrar mucho más en este apunte de Historia, desde los Reyes Católicos se escribieron varias crónicas que venían a unificar todos los reinos en uno, y a alterar la Historia conocida hasta entonces para justificar la existencia única del Reino Hispánico, cosa que el nacionalismo y el orgullo imperial logró plenamente en la mente de sus vasallos con Carlos I y Felipe II. Estas crónicas obviaban que España no existía en los tiempos de los numantinos, habiendo por entonces una confederación de pueblos íberos, unos alineados con Roma, otros coordinados contra Roma. Por ello, en la obra de Cervantes se trasluce ese nacionalismo español e imperial que, incluso en la derrota, se desprende la victoria. Ensalza a Felipe II y a su imperio, aún siendo unos dieciséis a diecisiete siglos después.
 
Contenía también como influencia la propia experiencia de la guerra que tuvo Cervantes como militar, cuya batalla más famosa que vivió fue la de Lepanto en 1571, por la que fue preso de guerra cuando regresaba su barco. Esta obra la escribió a catorce años de aquello, aunque vio en Argel otras cuestiones de la violencia, pues en su cautiverio incluso hubo una peste en la ciudad. Aunque Cervantes ensalza con heroísmo las actitudes de los numantinos y habla bien de los valores de honor en la guerra, en una lectura atenta veremos que en realidad hace una muy dura crítica a la guerra. La analiza en todos sus factores, no sólo en los bélicos, pues así por ejemplo el hambre y la muerte por hambre es algo central y repetitivo en Numancia, pero también la enfermedad por peste, la orfandad de los niños cuya vida quedará marcada para siempre, la esclavitud y presidio de los derrotados, el uso sexual de las mujeres de los perdedores de las batallas, etcétera. Cervantes sabe bien de lo que escribe. Incluso la entrada y salida de los mandos romanos o la descripción del sitio de la ciudad y de algunos combates nos hace pensar que pudo haberlos escrito usando referencias autobiográficas o recuerdos de guerra.

La obra se reparte en cuatro jornadas o actos, que a la vez tiene cada una dos escenas, excepto la jornada cuarta, que tiene cuatro escenas. Tengamos en cuenta que Cervantes llama a los actos jornadas. Es un reparto muy matemático correspondiente a las normas clásicas de la antigüedad de cómo debía ser el teatro. Por ello esta obra tiene en sí una estructura plenamente renacentista, pero anticuada, aún siendo algo moderno la búsqueda de la psicología interior de los personajes. Otro rasgo renacentista será el uso de ser un teatro en verso de arte mayor, perfectamente medido y en rima consonante. Algo que ayudaba a los actores a memorizar los pasajes más largos, pues Cervantes acostumbra aquí a crear extensos discursos a los personajes. Incluso acota algunas recomendaciones para su dirección y representación en caso de que no esté él dirigiendo, como por ejemplo la posibilidad de usar actores para unos personajes femeninos pues, dice él, tendrán la cara tapada. Esto puede tener que ver con algunas normas sobre la representación de mujeres y las mujeres mismas. Recordemos en este punto que Cervantes era un adelantado a su tiempo en este aspecto, creyendo en los derechos de las mujeres (salvando las distancias del siglo XVI) y que su propia vida giraba en un entorno de mujeres, una de las cuales, su esposa, era su propia editora. Recomiendo repasar las notas del libro Cervantes y la libertad de las mujeres (Juan Francisco Peña, 2018). 

La obra comienza en el campamento militar romano en la tienda del alto mando militar al cargo de Escipión (aquí llamado Cipión en algunas versiones que respetan la forma de hablar del XVI trascrita por Cervantes, pero que en ediciones actuales corrigen a Escipión). El general romano habla con Jugurta enojado porque acaba de ser destinado por Roma a acabar la resistencia de Numancia, que lleva unos once años estancando la guerra. Su enojo en realidad es porque lo primero que ha hecho es ver cuál es el problema y lo atañe a la desidia del mando anterior y a la dejadez de la tropa que se dedica más al juego, la bebida y las prostitutas, dando por resultado en sus combate innumerables derrotas. Dice Escipión que muchos causan baja por sífilis. Es posible que esto también sea parte de la experiencia de Cervantes en la guerra. 
 
Unos embajadores de Numancia llegan para ofrecer una paz honrosa para ambas partes. A lo que Escipión se niega, creyendo que Roma queda ofendida y derrotada si acepta esa paz. Los hace irse de vuelta con la noticia de que la guerra continúa. Escipión manda poner orden en el campamento, expulsar a las mujeres, atajar las borracheras y prohibir el juego. Plantea crear disciplina militar renovada. Con esto sale a reunir y arengar a las tropas transmitiendo sus órdenes y les cuenta su nuevo plan de guerra. Como los combates los ganan los numantinos, y se da cuenta que lo hacen porque no es lo mismo el ánimo del invasor que el del defensor, él mismo dará ejemplo comenzando a cavar una profunda fosa alrededor de la ciudad, pues no deberían salir ni entrar ya más íberos en la ciudad. Van a sitiarla y a dejar que se rindan o mueran por hambre y sed. Aunque, le señalan, una parte de la ciudad da a un río, el Duero.

Aquí entra un elemento venido de las obras griegas y romanas, la intervención de los dioses. No se trata del dios cristiano, pues la obra es sobre Numancia, ni tampoco son los dioses grecorromanos que marcan con sus designios el futuro de las personas. Son divinizaciones inventadas por Cervantes, quizá como algo innovador que pretendía equiparar los mitos fundacionales de España con los de Roma y Grecia. Aparecen España y Duero vaticinando el destino de Numancia y el futuro de los reyes de la España que nacerá más tarde con el recuerdo de Numancia y su valor. Dejan hacer a los numantinos el comienzo de lo que será su final. 

Unos sacerdotes se reúnen en Numancia junto al líder de los numantinos. Se decide, tras un largo asedio que ya se ha cobrado vidas por hambre, que los sacerdotes ofrezcan oficios y sacrificios a los dioses, y que a la vez se les ofrezca a los romanos acabar la guerra mediante un combate entre cada uno de los guerreros de cada bando que elijan. La oferta del combate será despreciada por Escipión, que considera que el ofrecimiento se hace porque su táctica de asedio puede estar triunfando. En cuanto a lo otro, los sacerdotes son visitados por el diablo, que les roba el animal que iban a sacrificar y a cambio les resucita a uno de sus jóvenes guerreros, muerto por la peste. El joven guerrero les anuncia que el destino de la ciudad ya está decidido por las deidades y que no se puede hacer nada, porque de ese destino nacerá un gran imperio. Se queja que le hayan sacado de la tumba y les desvela que la ciudad arderá y sus gentes morirán, pero eso no lo harán los romanos. Ante los horrores de la tragedia decide volver a su tumba a descansar. Sin duda, aunque del siglo XVI, es normal que la obra triunfara en el siglo XIX, no sólo por casar con el sitio de Zaragoza y por su carácter historicista heroico, si no también por un elemento tan romántico y fantástico como el de esta resurrección, que en el fondo responde a historias similares narradas en La Odisea, La Eneida o Las argonáuticas.

El asedio prosigue y hay mayor número de muertes por hambre en la ciudad. Los líderes militares deciden atacar en bloque a los romanos y morir hasta el último hombre en un acto heroico donde mueran combatiendo y no por hambre. En ese momento llegan las mujeres de la ciudad con sus hijos en brazos y les recriminan su egoísmo, pues sus hijos quedarán esclavos y romanizados y ellas serán tal vez violadas y después sirvientas o casadas con romanos. Ellos recapacitan y reconocen que no quieren eso. Deciden en ese caso destruir todas las cosas de valor de la ciudad en una hoguera y matarse todos, destruyendo la ciudad, para no darles una victoria a Roma. Algunos personajes aceptan el destino decidido, mientras otros no desean morir.
 
Así quedan solos Lira y Morandro, una mujer joven soltera y un guerrero. Entra aquí unos protagonistas a media obra ya representada, algo inusual, y que introducen un elemento de amor que también casará con el romanticismo de siglos después. Lira tiene a su familia desfallecida por hambre y Morandro quiere que ella viva, pero ella también desfallece, por ello Morandro decide ir con un amigo a asaltar el campamento romano solos para poder robar pan. Logran robar un mendrugo a costa de la muerte del amigo de Morandro, y de que el propio Morandro morirá a los pies de Lira cuando esta reciba el pan.

Los dioses intervienen para hacer saber que el tiempo es cumplido. Una mujer huye de un hombre que, siendo su pareja, va a cumplir la orden de matarla para que así todos los numantinos mueran antes que caer en manos romanas. Cervantes nos desvela así una cosa: el suicidio colectivo y destrucción de Numancia no es algo tan heroico y tal vez esté falseado, pues al menos una mujer aparece en escena horrorizada porque van a matarla. Una vez más, nos cuenta los horrores de la guerra, no su aparente encumbramiento. La obra encumbra lo heroico, pero tiene sutilezas como estas que en realidad son críticas a la guerra. Cervantes parece indicar lo inevitable de la guerra y nos dice que hay que tomar decisiones terribles, pero nos desliza que en realidad es contrario a la guerra por todo el sufrimiento y muertes innecesarias, a menudo por el orgullo de algunos mandos, empezando por Escipión y por la invasión de Roma.

Lira desesperada por la muerte de Morandro, de su amigo y de parte de su familia, termina arrojando el pan y suicidándose. La obra termina cuando los romanos ven los fulgores y humo de un incendio en la ciudad y se asoman con escalas por las murallas para ver que la ciudad entera arde y todos están muertos. Sólo un joven llamado Viriato (en recuerdo al Viriato histórico que en la vida real en breve entrará a ser un caudillo en el centro peninsular) ha huido y se ha refugiado en una torre. Escipión se dirigirá a él para que se entregue y al menos proclamar su victoria sobre Numancia a través de esa entrega. Viriato les arroja las llaves de la puerta de la ciudad, pero él se niega a ser derrotado, pues su derrota simbolizaría la derrota de toda la ciudad, la cual se ha inmolado, y eso no puede ser a costa de nada. Por ello, se lanza al vacío desde la torre. Los romanos reconocen su derrota en la victoria y reconocen el heroísmo numantino. 

Ciertamente, parece un teatro más cercano a lo que se hacía en Inglaterra, que a lo que se estaba haciendo en España. Pensemos por ejemplo en las obras de Shakespeare Ricardo II (1595), Julio César (1599), Hamlet (1603), El rey Lear (1603), Macbeth (1606) o Antonio y Cleopatra (1606), entre otras, aún cuando esta obra de Cervantes, Numancia, es de 1585.

Reseña escrita por Daniel L.-Serrano "Canichu".

domingo, 13 de abril de 2025

La velada en Benicarló

Título: La velada en Benicarló. Diálogo sobre la guerra de España.
Autor: Manuel Azaña.
Editor: Losada (Buenos Aires. Argentina). 
Colección: Cristal del Tiempo.
Año de publicación: 1939. (1ª edición)
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Título: La velada en Benicarló. Diálogo sobre la guerra de España
Autor: Manuel Azaña.
Editorial: Castalia (Madrid. España).
Año de publicación: 1974 (1ª edición, editada por Manuel Aragón).
Colección: Biblioteca de Pensamiento.
Nº de volumen en la colección: 81.
Género: Teatro; Novela; Ensayo.
ISBN 13: 9788470391842
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Título: La velada en Benicarló y versión teatral. 
Autores: Manuel Azaña (texto original); José Luis Gómez y José A. Gabriel y Galán (versión teatral).
Editorial: Espasa-Calpe.
Año de publicación: 1981 (1ª edición; prólogo de Manuel Andújar).
Colección: Selecciones Austral. 
Nº de volumen en la colección: 81.
Género: Teatro; Novela; Ensayo.
ISBN 13: 978-84-239-2081-X
 
 
Aunque póstumamente se han publicado numerosos libros de reflexiones y memorias de Manuel Azaña, o sus diarios, su correspondencia, artículos de prensa y demás, el último libro que compuso es La velada en Benicarló, que originalmente completó el título con Diálogo sobre la guerra de España. Actualmente se le puede ver publicado en diferentes editoriales y ediciones con el título abreviado o con el título completo. Más aún, en un ejercicio de azañismo, también se le puede comprar por sí mismo, o acompañado de estudios historiográficos o, una de las versiones más conocidas, acompañado de una versión teatral de este diálogo que fue una obra derivada de José Luis Gómez y José A. Gabriel y Galán. La primera vez que se publicó fue en el exilio, y ni siquiera en Europa, fue en Argentina, en una edición de la editorial Losada, asentada en Buenos Aires, en 1939, dentro de la colección Cristal del Tiempo. Azaña en ese momento se veía recluido por la enfermedad y por la Segunda Guerra Mundial en Montauban, en Francia. Moriría en noviembre de 1940. A partir de ahí hubo otras ediciones en el exilio, lo que puede implicar que algún ejemplar entrara clandestino en España. En marzo de 1966 la llamada Ley de Prensa decía otorgar libertad de publicación. En realidad la censura pasaba de ser previa a ser posterior y las sanciones y condenas eran mucho más graves contra autores y editores. Aún así, pudieron publicarse algunas cosas anteriormente totalmente prohibidas, aunque con fuertes recortes de censura, cambios de texto y manipulación de las ediciones. De este modo se publicó en España una edición del libro de parte de Manuel Aragón con la editorial Castalia en 1974, dentro de la colección Biblioteca de Pensamiento. Catalogaban así a la obra como una obra de ensayo y reflexión del que fuera el Presidente de la Segunda República Española. Fue en 1981 que se retomó reeditar la obra ahora ya íntegra y tal cual, sólo que fue acompañada de una versión teatral adaptada por los escritores José Luis Gómez y José A. Gabriel y Galán, que pertenecían a la Agencia Literaria de Carmen Balcells. Fue publicada por Espasa-Calpe, dentro de la colección Selecciones Austral. Ese mismo año el Centro Dramático Español editó otro ejemplar donde Gabriel y Galán no figuraba en la cubierta como adaptador del texto teatral, pero sí José Luis Gómez como director de la representación. 
 
De la obra teatral que acompañó al libro de Azaña en 1981 tenemos en las páginas de Espasa-Calpe varias fotografías de la representación de la obra en el Teatro de Bellas Artes de Madrid, en noviembre de 1980, y el reparto con muy conocidos actores españoles. El prologuista, Manuel Andújar, se permite experimentar en su prólogo escribiéndolo también como un diálogo entre intelectuales y gente del teatro en Madrid en 1980, siendo unos que ha vivido la guerra y otros que son jóvenes de la Transición. Pensemos que esta edición de 1981 es además en el año del intento de golpe frustrado del 23 de febrero. Era la primera vez que la obra se publicaba íntegra, pero también la primera que se representaba sobre el escenario. La adaptación en realidad simplificaba en mucho el texto de Azaña, aunque cogía partes literales de algunos monólogos. Introducía algo de voz a los puntos de vista comunista y anarquista y desordenaba las intervenciones, así como acotaban emociones a los actores, ya que los adaptadores consideraban que a Azaña le faltó darle humanidad a los personajes, transformándoles en contenedores de ideas y análisis. Ellos querían dar esa humanidad. Nunca dejará de sorprenderme estas adaptaciones que tratan de corregir nada menos que a un Premio Nacional de Literatura, por muy Gabriel y Galán que fuera. Sea como sea, la adaptación teatral, que está deslocalizada del escenario original que creó Azaña y ubica a los personajes en una estación de tren a la que no termina de llegar el tren que los ha de llevar al exilio, cumple su objetivo transmisor de las reflexiones de Azaña para el gran público. Cometieron sin embargo una libertad nada más lejana de la realidad de cuando Azaña escribió su obra y eso hace que mucha gente crea que este diálogo se produce al final de la guerra. No es así. Aunque la obra teatral llega a decir que se encuentran en el invierno de 1938, muy cerca del final de la guerra por unos meses (acabaría oficialmente el 1 de abril de 1939), en realidad Azaña colocó una nota preliminar en mayo de 1939 en la que confesaba que había escrito aquello en 1937 antes de los sucesos de Barcelona de mayo de ese año, con lo que sentía haber algo casi premonitorio y que, si hubiera escrito el diálogo después de esos sucesos su análisis hubiera cambiado sustancialmente sobre el rumbo de la guerra y el del destino de España. Recordemos que en mayo de 1937 la parte comunista de la República intentó deshacerse de una parte de la izquierda con la que rivalizaban, persiguieron al POUM, de corte trotskista, y se enzarzaron en un enfrentamiento armado con estos y con la CNT en la retaguardia catalana y parte del frente aragonés, en la que el gobierno intervino mandando tropas a Barcelona. Posteriormente el POUM fue prohibido y perseguido, la CNT perdió sus ministros, Largo Caballero (PSOE) dejó de ser Jefe de Gobierno y ocupó su cargo Negrín (PSOE cercano al PCE), mientas los comunistas ocuparon más cargos de gobierno y militares. 

El escenario de la obra de Azaña no es una estación de tren, ni es durante los últimos meses de la guerra. Ya hemos visto que Azaña dijo haberlo escrito antes de mayo de 1937, con lo que la parte más virulenta de 1936 está muy viva durante su escritura y eso se trasluce en lo que se van diciendo unos personajes a otros. El escenario, lo indica Azaña al comienzo, es en el interior de un coche o furgoneta en un viaje que realizan juntos varios personajes desde Barcelona a Benicarló. No tienen otra que tratarse por lo reducido del espacio y porque todos viajan en el mismo coche o furgoneta, aún cuando, siendo todos republicanos, discrepan en cómo ven la República y el camino de la guerra. Es cierto que Azaña no introduce un personaje anarquista ni otro comunista, pero eso no quiere decir que sus puntos de vista no estén presentes, pues sus postulados revolucionarios se hayan presente varias veces en los recuerdos y reflexiones de los viajeros. Estos oscilan entre un republicano de derechas, a republicanos de izquierdas e incluso a socialdemócratas del PSOE, unos más cerca a los postulados estatistas de Prieto y otro más cerca de los obreristas de Largo Caballero. Hay un médico de campaña, un exdiputado, dos militares, un periodista, una actriz, un aviador, un abogado, un exministro, un propagandista socialdemócrata y un ideólogo socialdemócrata. Azaña hace un ejercicio de reflexionar incluso desde el punto de vista de ideas que no comparte, hasta el punto que en el diálogo, sin estar presentes, también se reflexiona la manera de ver de los diferentes españoles que se adhirieron a los alzados, ya monárquicos, ya fascistas, ya simplemente militares. Es altamente llamativa la capacidad de Azaña en esta obra de analizar todos los puntos de vista de los españoles en guerra sin entrar en grandes confrontaciones apasionadas, aunque sin abandonar el punto de vista del orden legal establecido y de las normas de la democracia que se han socavado por la pura violencia y rencores.
 
A la obra le ocurre lo mismo que a La Celestina (1499), de Fernando de Rojas. Está escrita con el formulismo del teatro. Le da así un mensaje añadido al texto, expresando que todos eran actores en la guerra. Pero la extensión de la obra, lo largo de algunas de las intervenciones y la construcción y profundo de algunas de las reflexiones hacen que se pueda considerar una novela. Una novela teatralizada. Sin embargo, Azaña le suma algo más. Hace un análisis profundo del porqué de la guerra, de cómo va la guerra, de qué se sacará de ella y de  porqué cada español ha obrado de un modo u otro, lo que hace que sea también un ensayo y una reflexión, tal vez algo de memoria de Azaña de sus vivencias en guerra. Él no sólo era presidente de gobierno, también fue ministro, intelectual y escritor, con unos pensamientos profundos que le sitúan también entre los pensadores del siglo XX. Aquí todo confluye y hacen que Azaña escriba la que quizá sea su mejor y más recordada obra literaria, valorada tanto desde la literatura, como desde la política, la Historia y el pensamiento. 

Lo cierto es que es un análisis tan acertado el de Azaña que, en algunos aspectos, podría haber servido para el análisis de las asambleas del 15M de 2011, o bien ahora, en 2025, del ascenso en intención de voto de la derecha más radical.
 
Azaña toca el tema del feminismo y su papel en la guerra, dado el encendido debate que tuvo en 1931 el derecho del voto femenino; toca el asunto de la revolución, las colectivizaciones y las asambleas; toca y reconoce que sin la gente civil, el pueblo, en más de un lugar el Estado y las autoridades militares se hubieran visto desbordadas por los alzados; toca el asunto del nacionalismo catalán, pero también remarca otras actitudes de parte de vascos o de regiones de España que en principio no fueron acusadas de nacionalismo pero cuyas decisiones quitaron recursos al Estado central; toca el tema de cómo el Ejército republicano se alejaba de la disciplina que hasta entonces había conocido; toca el analfabetismo y la falta de formación técnica; toca la pobreza y el hambre; toca el papel de la Iglesia; toca la poca capacidad de movimientos del gobierno central; toca el descontento de los miliares alzados, pero también de los empresarios que en realidad su nacionalismo pasaba sólo por su beneficio personal y es así como Azaña explica porque unos alinean con unos u otros; toca el tema de las represiones en ambos bandos en el verano de 1936, y razona (quizá sea uno de los primeros en señalarlo) cómo en la zona republicana se intentó atajar en cuanto el gobierno se vio fuerte en eso, mientras que en la zona alzada se crearon normas para organizar esa represión; toca los rencores personales en los pueblos; la barbarie; toca el doble rasero en la Sociedad de Naciones y la ambigüedad de las potencias occidentales, pero también de las ayudas de países fascistas y comunistas a uno y otro bando; toca el exilio y el papel de los exiliados respecto a la guerra; toca la ambigüedad de la farándula; toca, en fin, toda una serie de temas que quizá sea una de las primeras reflexiones más completas de lo que estaba siendo la guerra de España. 
 
Azaña se muestra crítico y autocrítico. Quizá una de las partes más tragicómicas de este diálogo ocurre cuando el médico de campaña narra que en los hospitales sólo falta que los enfermos y heridos hagan una asamblea y decidan qué ha de hacer o de no hacer el médico en una intervención médica.  
 
 Lo dicho, quizá es el libro más destacado de su obra. Sin duda es una referencia entre los libros que analizan la guerra civil. Tanto por quién lo escribe, como el cuándo, como por el peso reflexivo e intelectual de Azaña. Demuestra en esta obra conocer muy a fondo a las diferentes clases sociales españolas, así como sus pasiones, sus recelos y sus gustos.
 
Reseña escrita por Daniel L.-Serrano "Canichu". 

jueves, 3 de abril de 2025

Mi conciencia ha rechazado el olvido

Título: Mi conciencia ha rechazado el olvido.
Autor: Eduardo Calderón.
Editor: Eduardo Calderón (autoedición).
Imprenta: [No consta].
Año de publicación: 2024 (1ª edición; prólogo del autor).
Género: Historia; Biografía; Memorias.
ISBN: 978-84-09-63775-1

 

La Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica de Alcalá de Henares, presidida por Manuel Ibáñez, organizó el pasado 23 de enero de este año 2025 la presentación de un libro de memorias acerca de un alcalaíno que tras la guerra civil pasó al exilio en Francia, donde terminó preso de los nazis alemanes. El libro se llama Mi conciencia ha rechazado el olvido, y lleva hasta dos subtítulos que alargan su presentación al más puro estilo de otras épocas, ya lejanas, en los libros de Historia: Nacer en Alcalá y sobrevivir al holocausto nazi en Dachau. Periplo de Ángel Álvarez. No obstante, el ayuntamiento de Alcalá de Henares había aprobado en un pleno de febrero de 2022, colaborar con un proyecto europeo encabezado por el artista Gunter Denmig para colocar a modo de adoquín metálico una placa con el nombre de todas las personas que estuvieron en campos de concentración alemanes durante la Segunda Guerra Mundial, allá delante de donde se ubicó la casa de la persona, ya sea de su nacimiento o de su vida. Esas placas se colocaron en Alcalá en mayo de 2023, siendo cuatro, pertenecientes a Valentín Juara Bellot (ejecutado), Ángel Álvarez Curto (liberado), Manuel Braulio Vacas Loeches (liberado y familiar de Felipe Loeches) y Pedro Loreto Juarranz Velázquez (ejecutado). Este libro, publicado en 2024, está dedicado a recuperar la memoria de Ángel Álvarez a través de sus cartas y escritos, pero principalmente a través del relato de su hijo José Álvarez Lorenzo, el cual, como se cita en el libro, reside en Talamanca del Jarama, ya siendo mayor, pero que acudió con los ejemplares del libro a aquella presentación de este enero pasado en Alcalá de Henares. Fue iniciativa de él que se pudiera hacer el libro, al narrarle la historia completa de su padre a un amigo suyo más joven, Eduardo Calderón, que fue quien, a la vez, le animó a hacer un libro sobre la historia de su padre.

Eduardo Calderón es en realidad de Alcaudete, en Jaén, nacido en 1955, pero migrado a América en 1965. En Venezuela estudió diversos cursos sobre dirección de empresas. Allí vivió hasta que la Revolución Bolivariana actual le hizo emigrar a Costa Rica, donde vivió los siguientes diecisiete años, tras los cuales regresó a España, donde desde entonces se ha animado a escribir libros de memorias de biografías que no son la suya, como este o como Desde mi primer aliento y Clarisas de Alcaudete, el convento y sus ángeles. No tiene, por tanto formación de historiador ni de biógrafo, ni más relación con Alcalá de Henares que la de biografiar a uno de sus personajes del siglo XX, si acaso alguna vez pasó por esta ciudad para conocer el lugar de origen de su biografiado.

Ángel Álvarez nació en Alcalá de Henares a comienzos del siglo XX, en la calle Salinas. Vivían aquí, aunque los veranos los pasaban en Torralba. Era una familia humilde y trabajadora del campo. Siendo joven la familia se trasladó a Atocha, en Madrid capital, donde murió su padre. Quedó huérfano y al cargo de un centro asistencial que se encargó de darle instrucción escolar y académica. Puesto que su padre trabajaba en Madrid para la compañía ferroviaria MZA, tal institución de acogida fue el Colegio de Huérfanos de Ferroviarios. Así pues logró alcanzar un primer puesto de trabajo como ferroviario, el cual le permitió independizarse e incluso empezar a tener una novia. En estas circunstancias previas a formar una familia se encontraba cuando estalló la Guerra Civil en julio de 1936. Combatió por la República dentro de un batallón gallego en Guadalajara y Brunete en 1937, y en el Ebro en 1938. Llego a ser incluso herido en un pie. Ascendió en la baja oficialidad. Con la caída del frente del Ebro huyó con el resto de tropa hacia los Pirineos, siendo uno de los soldados obligados a entregar las armas por las tropas francesas en Pirineos.

En Francia fue internado en el Campo de Barcarès, hasta que la invasión de Alemania a Polonia en agosto-septiembre de 1939 hizo que los franceses le sacaran para movilizarlo en un pelotón de trabajo que debía reforzar la Línea Maginot. La entrada de Alemania a Francia por las Ardenas en 1940 provocó un derrumbe rápido del frente francés y una desbandada desorganizada que dejaba atrás a los españoles. Enganchado a un tanque belga llegó a profundizar hacia el sur de Francia, donde otros franceses le entregaron a las autoridades, una vez que Francia quedó en manos alemanas. Fue destinado a otro pelotón de trabajo para construir las líneas defensivas de Normandía. Tras mucho tiempo allí, con muchos compañeros muertos desfallecidos, logró escapar en 1944, planeaba entrar en España clandestinamente para reanudar su vida con su familia. Su aspecto claramente español le delató y volvió a ser preso de los alemanes. Esta vez le mandaron al campo de concentración de Lorient y, tras un tiempo allí, fue metido en uno de los trenes sellados con presos en dirección al campo de concentración y exterminio de Dachau. Allí conoció todos los horrores posibles que infringían las SS a los presos, pero también al médico español que logró salvar montones de vidas de presos en medio de todo aquel horror. Fue sacado de Dachau en las conocidas como "marchas de la muerte" en dirección a Flossenbürg, sobreviviendo. Fue devuelto a Dachau en sus últimos meses antes de la liberación, uno de los momentos más asesinos de aquel lugar. Un bombardeo aliado cayó dentro del campo, dejándole a él malherido y enviado a la enfermería gracias al médico citado. Fue allí donde le encontraron los norteamericanos cuando liberaron el campo. 

Fue enviado a un hospital sanatorio, ya que sólo pesaba 34 kilos. Tras una larga temporada allí, le mandaron a una ciudad donde el gobierno francés y su servicio ferroviario le dieron una casa en agradecimiento por su contribución contra los alemanes. Mantuvo la casa cinco años. Después de aquello volvió a intentar entrar en España, porque quería estar con su familia. Vadeó un río con la mala suerte de ser atrapado por la guardia civil. Preso en Bilbao, pasó su proceso y recibió sanciones, como las que le impedían ascender en su oficio en ferrocarriles, pero fue reintegrado a su familia. Vivieron en Madrid hasta su jubilación en 1982, trabajando para RENFE, la compañía de ferrocarriles posterior a la guerra. 

El testimonio de Ángel Álvarez se produce principalmente a través del recuerdo familiar que de él tiene su hijo a una edad avanzada. Además, es narrado por Eduardo Calderón, que sin ser historiador, opta por construir la narración recurriendo en gran parte a lo poético, lo épico y la narrativa casi novelesca. Aporta datos históricos y pies de página, a veces desiguales en el trato dado a la guerra civil y el dado a la Segunda Guerra Mundial, y cita como fuentes, aparte del testimonio del hijo, los manuscritos de Ángel Álvarez, la Enciclopedia del Holocausto, la colaboración de Ildefonso González, periodista de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica de Alcalá de Henares, y la asociación Amical de Mauthausen. Queda evidenciado en el texto y en el fondo una falta de un trabajo más refinado de historiador y de biógrafo, pero es sin duda un testimonio de memoria histórica y una fuente de información para el futuro.

No sólo atestigua el destino de uno de los exiliados españoles y de Alcalá en los campos de concentración alemanes, sino también el curso que estos podían adquirir durante la Segunda Guerra Mundial y tras ella. Pero aún resulta más interesante pequeños destellos no siempre presentes, más bien esquivados en Historias de historiadores profesionales, más en estas épocas, donde se deja constancia de las ejecuciones contrarias a las leyes internacionales y extrajudiciales no sólo por parte del Eje (alemanes, italianos y otros en esa causa), sino también en los aliados (no precisamente por parte soviética, que es lo que en los últimos años más se promociona, sino también en los estadounidenses). En el pasaje de la liberación de Dachau queda constancia de ejecuciones de presos alemanes desarmados y que directamente se habían entregado, justifica la memoria del biografiado que como acto pasional tras descubrir varios vagones de tren llenos de muertos y los hornos crematorios. 

El libro se acompaña de fotografías en color y en blanco y negro, tanto familiares, como de Dachau en el pasado y en la actualidad, así como de diversos documentos nazis al respecto. 

Un libro de memoria, testimonial, fuente para otros libros de Historia futuros, y fuente también para futuras Historias de Alcalá de Henares que, alguna vez, quieran mirar a su sociedad y gentes, más allá de sus edificios, sempiternos edificios pétreos.


Reseña escrita por Daniel L.-Serrano "Canichu".