Título: Mi conciencia ha rechazado el olvido.
Autor: Eduardo Calderón.
Editor: Eduardo Calderón (autoedición).
Imprenta: [No consta].
Año de publicación: 2024 (1ª edición; prólogo del autor).
Género: Historia; Biografía; Memorias.
ISBN: 978-84-09-63775-1
Eduardo Calderón es en realidad de Alcaudete, en Jaén, nacido en 1955, pero migrado a América en 1965. En Venezuela estudió diversos cursos sobre dirección de empresas. Allí vivió hasta que la Revolución Bolivariana actual le hizo emigrar a Costa Rica, donde vivió los siguientes diecisiete años, tras los cuales regresó a España, donde desde entonces se ha animado a escribir libros de memorias de biografías que no son la suya, como este o como Desde mi primer aliento y Clarisas de Alcaudete, el convento y sus ángeles. No tiene, por tanto formación de historiador ni de biógrafo, ni más relación con Alcalá de Henares que la de biografiar a uno de sus personajes del siglo XX, si acaso alguna vez pasó por esta ciudad para conocer el lugar de origen de su biografiado.
Ángel Álvarez nació en Alcalá de Henares a comienzos del siglo XX, en la calle Salinas. Vivían aquí, aunque los veranos los pasaban en Torralba. Era una familia humilde y trabajadora del campo. Siendo joven la familia se trasladó a Atocha, en Madrid capital, donde murió su padre. Quedó huérfano y al cargo de un centro asistencial que se encargó de darle instrucción escolar y académica. Puesto que su padre trabajaba en Madrid para la compañía ferroviaria MZA, tal institución de acogida fue el Colegio de Huérfanos de Ferroviarios. Así pues logró alcanzar un primer puesto de trabajo como ferroviario, el cual le permitió independizarse e incluso empezar a tener una novia. En estas circunstancias previas a formar una familia se encontraba cuando estalló la Guerra Civil en julio de 1936. Combatió por la República dentro de un batallón gallego en Guadalajara y Brunete en 1937, y en el Ebro en 1938. Llego a ser incluso herido en un pie. Ascendió en la baja oficialidad. Con la caída del frente del Ebro huyó con el resto de tropa hacia los Pirineos, siendo uno de los soldados obligados a entregar las armas por las tropas francesas en Pirineos.
En Francia fue internado en el Campo de Barcarès, hasta que la invasión de Alemania a Polonia en agosto-septiembre de 1939 hizo que los franceses le sacaran para movilizarlo en un pelotón de trabajo que debía reforzar la Línea Maginot. La entrada de Alemania a Francia por las Ardenas en 1940 provocó un derrumbe rápido del frente francés y una desbandada desorganizada que dejaba atrás a los españoles. Enganchado a un tanque belga llegó a profundizar hacia el sur de Francia, donde otros franceses le entregaron a las autoridades, una vez que Francia quedó en manos alemanas. Fue destinado a otro pelotón de trabajo para construir las líneas defensivas de Normandía. Tras mucho tiempo allí, con muchos compañeros muertos desfallecidos, logró escapar en 1944, planeaba entrar en España clandestinamente para reanudar su vida con su familia. Su aspecto claramente español le delató y volvió a ser preso de los alemanes. Esta vez le mandaron al campo de concentración de Lorient y, tras un tiempo allí, fue metido en uno de los trenes sellados con presos en dirección al campo de concentración y exterminio de Dachau. Allí conoció todos los horrores posibles que infringían las SS a los presos, pero también al médico español que logró salvar montones de vidas de presos en medio de todo aquel horror. Fue sacado de Dachau en las conocidas como "marchas de la muerte" en dirección a Flossenbürg, sobreviviendo. Fue devuelto a Dachau en sus últimos meses antes de la liberación, uno de los momentos más asesinos de aquel lugar. Un bombardeo aliado cayó dentro del campo, dejándole a él malherido y enviado a la enfermería gracias al médico citado. Fue allí donde le encontraron los norteamericanos cuando liberaron el campo.
Fue enviado a un hospital sanatorio, ya que sólo pesaba 34 kilos. Tras una larga temporada allí, le mandaron a una ciudad donde el gobierno francés y su servicio ferroviario le dieron una casa en agradecimiento por su contribución contra los alemanes. Mantuvo la casa cinco años. Después de aquello volvió a intentar entrar en España, porque quería estar con su familia. Vadeó un río con la mala suerte de ser atrapado por la guardia civil. Preso en Bilbao, pasó su proceso y recibió sanciones, como las que le impedían ascender en su oficio en ferrocarriles, pero fue reintegrado a su familia. Vivieron en Madrid hasta su jubilación en 1982, trabajando para RENFE, la compañía de ferrocarriles posterior a la guerra.
El testimonio de Ángel Álvarez se produce principalmente a través del recuerdo familiar que de él tiene su hijo a una edad avanzada. Además, es narrado por Eduardo Calderón, que sin ser historiador, opta por construir la narración recurriendo en gran parte a lo poético, lo épico y la narrativa casi novelesca. Aporta datos históricos y pies de página, a veces desiguales en el trato dado a la guerra civil y el dado a la Segunda Guerra Mundial, y cita como fuentes, aparte del testimonio del hijo, los manuscritos de Ángel Álvarez, la Enciclopedia del Holocausto, la colaboración de Ildefonso González, periodista de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica de Alcalá de Henares, y la asociación Amical de Mauthausen. Queda evidenciado en el texto y en el fondo una falta de un trabajo más refinado de historiador y de biógrafo, pero es sin duda un testimonio de memoria histórica y una fuente de información para el futuro.
No sólo atestigua el destino de uno de los exiliados españoles y de Alcalá en los campos de concentración alemanes, sino también el curso que estos podían adquirir durante la Segunda Guerra Mundial y tras ella. Pero aún resulta más interesante pequeños destellos no siempre presentes, más bien esquivados en Historias de historiadores profesionales, más en estas épocas, donde se deja constancia de las ejecuciones contrarias a las leyes internacionales y extrajudiciales no sólo por parte del Eje (alemanes, italianos y otros en esa causa), sino también en los aliados (no precisamente por parte soviética, que es lo que en los últimos años más se promociona, sino también en los estadounidenses). En el pasaje de la liberación de Dachau queda constancia de ejecuciones de presos alemanes desarmados y que directamente se habían entregado, justifica la memoria del biografiado que como acto pasional tras descubrir varios vagones de tren llenos de muertos y los hornos crematorios.
El libro se acompaña de fotografías en color y en blanco y negro, tanto familiares, como de Dachau en el pasado y en la actualidad, así como de diversos documentos nazis al respecto.
Un libro de memoria, testimonial, fuente para otros libros de Historia futuros, y fuente también para futuras Historias de Alcalá de Henares que, alguna vez, quieran mirar a su sociedad y gentes, más allá de sus edificios, sempiternos edificios pétreos.
Reseña escrita por Daniel L.-Serrano "Canichu".