Título: Dictados de Naturaleza. Apuntes senequistas.
Autor: Francisco Peña.
Editorial: Ediciones Carena.
Año de publicación: 2024 (1ª edición; prólogo de Juan Carlos Mestre).
Género: Poesía.
ISBN: 978-84-19890-66-5
A Francisco Peña ya le conocemos en estas notas. Además de las notas ya publicadas a través de tres libros anteriores al de hoy añadiremos a sus datos biográficos que, aparte de antiguo catedrático de Literatura en el Instituto Complutense de Estudios Internacionales de la Universidad Complutense de Madrid y de la de Alcalá de Henares, ha sido fundador y director de la revista Cultura en AUGE. Ha dirigido el Ciclo de Poesías en el Corral de Comedias de Alcalá de Henares entre 2008 y 2013, antes de la etapa de Francisco José Martínez Morán, que le sucedió por unos años, y desde el mismo corral de comedias impartió un curso de literatura desde 2016. Es asesor académico del Centro para la Divulgación del Conocimiento Académico (CEDCU). Por otro lado, entre sus libros y publicaciones en revistas, quedaba por añadir que es ganador del Premio de Cuentos AEFLA 2023. Añadido todo esto a sus notas biográficas, en mayo de este año 2024, en el que cumplirá 72 años, ha publicado un nuevo poemario, Dictados de Naturaleza. Apuntes senequistas. Lo ha editado con Ediciones Carena, la cual lo ha sacado en tapa blanda solapada y brillo, con una cubierta que recoge un estilográfico a partir de pinturas romanas de la Casa de Livia, creadas en el siglo I antes de Cristo. Y es que este poemario algo de esto tiene. Haciendo alarde de su erudición de catedrático de literatura toma por referencia para componer estos poemas las cartas que Séneca (4 a.C.-65 d.C.) le escribió a Silverio tratando temas trascendentes como el tiempo, la felicidad, la existencia y otros temas trascendentes para el pensamiento del ser humano. No obstante, en contraportada se anota una característica de la filosofía de Séneca que se refleja en los poemas de Peña, el ser humano no vive aislado, vive en sociedad, por lo que las relaciones con los otros seres humanos nos condicionan en nuestra forma de ser, de pensar y de comportarnos. Es una idea que retomará otro filósofo, pero del siglo XX, Sartre, desde el nihilismo. Pero Séneca no es nihilista, ni este poemario tampoco.
Le escribe el prólogo a Peña el poeta Juan Carlos Mestre. Este insiste en los mundos imaginados de los poetas y las personas en general, para caer en el razonamiento de Séneca y otros filósofos de otros siglos que nos hablan de la materia, lo conocido, lo desconocido y el mundo que es material y por tanto tangible, ante lo que Peña se levanta diciendo literalmente en un poema que ha vivido, por lo que abre la puerta de todo aquello que no ha vivido y que el tiempo clausurará, frente a aquello otro que el tiempo no clausurará porque él lo ha vivido. El tiempo como lo inmaterial, y el ser como lo pasajero cuando deje de ser material. Sólo la memoria inmaterial mantendrá al ser.
El primer título que quería Peña para el libro era La intimidad de la raíz, pero lo cambió por el de Dictados de Naturaleza. Apuntes senequistas, siguiendo las reflexiones de Séneca sobre lo que él mismo proponía en su primer título, que toda vivencia de la vida parte del interior de uno mismo, y la existencia es pues resultado de cómo la concebimos y vivimos desde nuestro interior, pero Séneca le chiva aquello de que no vivimos solos, y su reflexión poética le cambia el título.
Metafísicas aparte, Francisco Peña despliega en este libro todo su buen hacer con la poesía fácil de entender, sin complicaciones de enredos o palabras complejas, y lo combina con una reflexión filosófica siguiendo a Séneca que nos habla, en cierto modo, de un modo bello, lo que pudieran ser las propias reflexiones de Peña ahora que ha entrado en la setentena de años y se para a repasar lo que le ha resultado la vida y lo que espera de la vida aún por venir, aún a sabiendas del paso del tiempo... y reflexiona sobre el tiempo en una reflexión que nos lleva en realidad a una pregunta muy antigua de la Humanidad: ¿por qué existimos? Trata de encontrarle un sentido en lo sencillo de lo que es apreciar la vida.
Ayer murió un amigo.
Se me quedó el tiempo adelgazado
y el rosal se secó a pesar de la lluvia intermitente.
Paseábamos juntos por la tarde
agarrados a un recuerdo de infancia.
Las amapolas del verano sonreían al vernos.
Mi conversación se disipa en el silencio,
y muere entre los cipreses del camino inesperado...
(...)
Las apelaciones al mundo natural serán una constante, como en las reflexiones de Séneca, dando al libro un carácter naturalista ya anunciado en el título. Serán metáfora y alegoría los cipreses y las amapolas del fragmento expuesto, pero también las espigas, los arroyos, la lluvia, las lilas en las cunetas, los almendros y otros elementos naturales que, en general, mayoritariamente pertenecen a imágenes que nos invitan a pensar en primaveras, o sea: en vida y disfrute de la vida, en bullicio de vida. Eso incluso a pesar de que el libro reflexiona, como en el párrafo expuesto, sobre la existencia a través del paso del tiempo.
"Como se esfuerza el tiempo en ser inútil", comenzará a decir en un poema. "Deploro el estado ruinoso de mi casa", comenzará en otro. Y en un juego entre la existencia hace dos mil años en comparación con la actual, no sin cierto sentido del humor, comenzará otro más así: "Mírate, Silverio, sentado en el sofá de tu silencio", lo que nos viene a decir que no es muy diferente el ser, pese a la distancia temporal.
Hará referencias a un personaje fundamentalmente existencialista en la literatura española del siglo XVII, Segismundo, de La vida es sueño (Calderón de la Barca, 1635), pero el poemario es también vitalista, aunque se vea venir la tragedia del desenlace de la existencia, por ello también cita a otro personaje, esta vez a uno de literatura romántica española, don Álvaro, de Don Álvaro o la fuerza del sino (Duque de Rivas, 1835). Deja deslizar ahí su conocimiento de catedrático de Literatura y lo pone al servicio de su propio sentir, haciendo de estos personajes herramientas que se transforman en un concepto, en una idea que ronda sus reflexiones y nos la pone al alcance a los lectores por lo popular de sus historias.
A fin de cuentas, el libro en el fondo vendrá a decirnos que en la vida no estamos solos. No sólo existimos nosotros en nuestra reflexión, como afirma Descartes, sino que existimos desde nosotros, pero afectados por los otros y por el mundo mismo, y dentro del mundo, el paso del tiempo y el recuerdo dejado y conservado, también nos marca y nos crea. Aún a pesar de un sesgo existencial, es verdad que Peña escribe en un poema como en un grito: "he vivido", lo que es toda una sentencia. La vida ya le es algo que no le pueden arrebatar, aún en las edades avanzadas donde ya casi ni queda tiempo personal... pero del tiempo del mundo siempre quedará. En ese sentido es positivista e invita a saborear la vida y reflexionarla para darse cuenta de que merece la pena la existencia. A fin de cuentas, hasta el ser humano, el individuo, es parte de la Naturaleza, y la Naturaleza en su conjunto es algo vivo y eterno.
Un dios habita nuestra alma,
vigilante y custodio,
perfecta razón de nuestros actos.
¿No lo ves?
Debes...
querer la luz, cárdena o cobre o amarilla,
venerar las fuentes de los ríos,
elogiar la vid y disfrutar del vino,
beber la raíz y escuchar el aroma del aire,
empapar tu sonrisa con la espuma del mar,
tan tenue, tan ligera...
(...)
Un libro muy bien pensado, coherente, bien estructurado y unos poemas inteligentes y, a la vez, salidos muy claramente del alma del sentimiento y el pensamiento de Francisco Peña llegado a esta altura de su vida. Me ha gustado, porque además es bastante equilibrado y es fiel el poeta a sí mismo en este poemario.
Reseña escrita por Daniel L.-Serrano "Canichu".
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