Autor: Manuel Azaña.
Editor: Losada (Buenos Aires. Argentina).
Colección: Cristal del Tiempo.
Año de publicación: 1939. (1ª edición)
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Título: La velada en Benicarló. Diálogo sobre la guerra de España.
Autor: Manuel Azaña.
Editorial: Castalia (Madrid. España).
Año de publicación: 1974 (1ª edición, editada por Manuel Aragón).
Colección: Biblioteca de Pensamiento.
Nº de volumen en la colección: 81. --- --- ---
Título: La velada en Benicarló y versión teatral.
Autores: Manuel Azaña (texto original); José Luis Gómez y José A. Gabriel y Galán (versión teatral).
Editorial: Espasa-Calpe.
Año de publicación: 1981 (1ª edición; prólogo de Manuel Andújar).
Colección: Selecciones Austral.
Nº de volumen en la colección: 81.
ISBN 13: 978-84-239-2081-X
Aunque póstumamente se han publicado numerosos libros de reflexiones y memorias de Manuel Azaña, o sus diarios, su correspondencia, artículos de prensa y demás, el último libro que compuso es La velada en Benicarló, que originalmente completó el título con Diálogo sobre la guerra de España. Actualmente se le puede ver publicado en diferentes editoriales y ediciones con el título abreviado o con el título completo. Más aún, en un ejercicio de azañismo, también se le puede comprar por sí mismo, o acompañado de estudios historiográficos o, una de las versiones más conocidas, acompañado de una versión teatral de este diálogo que fue una obra derivada de José Luis Gómez y José A. Gabriel y Galán. La primera vez que se publicó fue en el exilio, y ni siquiera en Europa, fue en Argentina, en una edición de la editorial Losada, asentada en Buenos Aires, en 1939, dentro de la colección Cristal del Tiempo. Azaña en ese momento se veía recluido por la enfermedad y por la Segunda Guerra Mundial en Montauban, en Francia. Moriría en noviembre de 1940. A partir de ahí hubo otras ediciones en el exilio, lo que puede implicar que algún ejemplar entrara clandestino en España. En marzo de 1966 la llamada Ley de Prensa decía otorgar libertad de publicación. En realidad la censura pasaba de ser previa a ser posterior y las sanciones y condenas eran mucho más graves contra autores y editores. Aún así, pudieron publicarse algunas cosas anteriormente totalmente prohibidas, aunque con fuertes recortes de censura, cambios de texto y manipulación de las ediciones. De este modo se publicó en España una edición del libro de parte de Manuel Aragón con la editorial Castalia en 1974, dentro de la colección Biblioteca de Pensamiento. Catalogaban así a la obra como una obra de ensayo y reflexión del que fuera el Presidente de la Segunda República Española. Fue en 1981 que se retomó reeditar la obra ahora ya íntegra y tal cual, sólo que fue acompañada de una versión teatral adaptada por los escritores José Luis Gómez y José A. Gabriel y Galán, que pertenecían a la Agencia Literaria de Carmen Balcells. Fue publicada por Espasa-Calpe, dentro de la colección Selecciones Austral. Ese mismo año el Centro Dramático Español editó otro ejemplar donde Gabriel y Galán no figuraba en la cubierta como adaptador del texto teatral, pero sí José Luis Gómez como director de la representación.
De la obra teatral que acompañó al libro de Azaña en 1981 tenemos en las páginas de Espasa-Calpe varias fotografías de la representación de la obra en el Teatro de Bellas Artes de Madrid, en noviembre de 1980, y el reparto con muy conocidos actores españoles. El prologuista, Manuel Andújar, se permite experimentar en su prólogo escribiéndolo también como un diálogo entre intelectuales y gente del teatro en Madrid en 1980, siendo unos que ha vivido la guerra y otros que son jóvenes de la Transición. Pensemos que esta edición de 1981 es además en el año del intento de golpe frustrado del 23 de febrero. Era la primera vez que la obra se publicaba íntegra, pero también la primera que se representaba sobre el escenario. La adaptación en realidad simplificaba en mucho el texto de Azaña, aunque cogía partes literales de algunos monólogos. Introducía algo de voz a los puntos de vista comunista y anarquista y desordenaba las intervenciones, así como acotaban emociones a los actores, ya que los adaptadores consideraban que a Azaña le faltó darle humanidad a los personajes, transformándoles en contenedores de ideas y análisis. Ellos querían dar esa humanidad. Nunca dejará de sorprenderme estas adaptaciones que tratan de corregir nada menos que a un Premio Nacional de Literatura, por muy Gabriel y Galán que fuera. Sea como sea, la adaptación teatral, que está deslocalizada del escenario original que creó Azaña y ubica a los personajes en una estación de tren a la que no termina de llegar el tren que los ha de llevar al exilio, cumple su objetivo transmisor de las reflexiones de Azaña para el gran público. Cometieron sin embargo una libertad nada más lejana de la realidad de cuando Azaña escribió su obra y eso hace que mucha gente crea que este diálogo se produce al final de la guerra. No es así. Aunque la obra teatral llega a decir que se encuentran en el invierno de 1938, muy cerca del final de la guerra por unos meses (acabaría oficialmente el 1 de abril de 1939), en realidad Azaña colocó una nota preliminar en mayo de 1939 en la que confesaba que había escrito aquello en 1937 antes de los sucesos de Barcelona de mayo de ese año, con lo que sentía haber algo casi premonitorio y que, si hubiera escrito el diálogo después de esos sucesos su análisis hubiera cambiado sustancialmente sobre el rumbo de la guerra y el del destino de España. Recordemos que en mayo de 1937 la parte comunista de la República intentó deshacerse de una parte de la izquierda con la que rivalizaban, persiguieron al POUM, de corte trotskista, y se enzarzaron en un enfrentamiento armado con estos y con la CNT en la retaguardia catalana y parte del frente aragonés, en la que el gobierno intervino mandando tropas a Barcelona. Posteriormente el POUM fue prohibido y perseguido, la CNT perdió sus ministros, Largo Caballero (PSOE) dejó de ser Jefe de Gobierno y ocupó su cargo Negrín (PSOE cercano al PCE), mientas los comunistas ocuparon más cargos de gobierno y militares.
El escenario de la obra de Azaña no es una estación de tren, ni es durante los últimos meses de la guerra. Ya hemos visto que Azaña dijo haberlo escrito antes de mayo de 1937, con lo que la parte más virulenta de 1936 está muy viva durante su escritura y eso se trasluce en lo que se van diciendo unos personajes a otros. El escenario, lo indica Azaña al comienzo, es en el interior de un coche o furgoneta en un viaje que realizan juntos varios personajes desde Barcelona a Benicarló. No tienen otra que tratarse por lo reducido del espacio y porque todos viajan en el mismo coche o furgoneta, aún cuando, siendo todos republicanos, discrepan en cómo ven la República y el camino de la guerra. Es cierto que Azaña no introduce un personaje anarquista ni otro comunista, pero eso no quiere decir que sus puntos de vista no estén presentes, pues sus postulados revolucionarios se hayan presente varias veces en los recuerdos y reflexiones de los viajeros. Estos oscilan entre un republicano de derechas, a republicanos de izquierdas e incluso a socialdemócratas del PSOE, unos más cerca a los postulados estatistas de Prieto y otro más cerca de los obreristas de Largo Caballero. Hay un médico de campaña, un exdiputado, dos militares, un periodista, una actriz, un aviador, un abogado, un exministro, un propagandista socialdemócrata y un ideólogo socialdemócrata. Azaña hace un ejercicio de reflexionar incluso desde el punto de vista de ideas que no comparte, hasta el punto que en el diálogo, sin estar presentes, también se reflexiona la manera de ver de los diferentes españoles que se adhirieron a los alzados, ya monárquicos, ya fascistas, ya simplemente militares. Es altamente llamativa la capacidad de Azaña en esta obra de analizar todos los puntos de vista de los españoles en guerra sin entrar en grandes confrontaciones apasionadas, aunque sin abandonar el punto de vista del orden legal establecido y de las normas de la democracia que se han socavado por la pura violencia y rencores.
A la obra le ocurre lo mismo que a La Celestina (1499), de Fernando de Rojas. Está escrita con el formulismo del teatro. Le da así un mensaje añadido al texto, expresando que todos eran actores en la guerra. Pero la extensión de la obra, lo largo de algunas de las intervenciones y la construcción y profundo de algunas de las reflexiones hacen que se pueda considerar una novela. Una novela teatralizada. Sin embargo, Azaña le suma algo más. Hace un análisis profundo del porqué de la guerra, de cómo va la guerra, de qué se sacará de ella y de porqué cada español ha obrado de un modo u otro, lo que hace que sea también un ensayo y una reflexión, tal vez algo de memoria de Azaña de sus vivencias en guerra. Él no sólo era presidente de gobierno, también fue ministro, intelectual y escritor, con unos pensamientos profundos que le sitúan también entre los pensadores del siglo XX. Aquí todo confluye y hacen que Azaña escriba la que quizá sea su mejor y más recordada obra literaria, valorada tanto desde la literatura, como desde la política, la Historia y el pensamiento.
Lo cierto es que es un análisis tan acertado el de Azaña que, en algunos aspectos, podría haber servido para el análisis de las asambleas del 15M de 2011, o bien ahora, en 2025, del ascenso en intención de voto de la derecha más radical.
Azaña toca el tema del feminismo y su papel en la guerra, dado el encendido debate que tuvo en 1931 el derecho del voto femenino; toca el asunto de la revolución, las colectivizaciones y las asambleas; toca y reconoce que sin la gente civil, el pueblo, en más de un lugar el Estado y las autoridades militares se hubieran visto desbordadas por los alzados; toca el asunto del nacionalismo catalán, pero también remarca otras actitudes de parte de vascos o de regiones de España que en principio no fueron acusadas de nacionalismo pero cuyas decisiones quitaron recursos al Estado central; toca el tema de cómo el Ejército republicano se alejaba de la disciplina que hasta entonces había conocido; toca el analfabetismo y la falta de formación técnica; toca la pobreza y el hambre; toca el papel de la Iglesia; toca la poca capacidad de movimientos del gobierno central; toca el descontento de los miliares alzados, pero también de los empresarios que en realidad su nacionalismo pasaba sólo por su beneficio personal y es así como Azaña explica porque unos alinean con unos u otros; toca el tema de las represiones en ambos bandos en el verano de 1936, y razona (quizá sea uno de los primeros en señalarlo) cómo en la zona republicana se intentó atajar en cuanto el gobierno se vio fuerte en eso, mientras que en la zona alzada se crearon normas para organizar esa represión; toca los rencores personales en los pueblos; la barbarie; toca el doble rasero en la Sociedad de Naciones y la ambigüedad de las potencias occidentales, pero también de las ayudas de países fascistas y comunistas a uno y otro bando; toca el exilio y el papel de los exiliados respecto a la guerra; toca la ambigüedad de la farándula; toca, en fin, toda una serie de temas que quizá sea una de las primeras reflexiones más completas de lo que estaba siendo la guerra de España.
Azaña se muestra crítico y autocrítico. Quizá una de las partes más tragicómicas de este diálogo ocurre cuando el médico de campaña narra que en los hospitales sólo falta que los enfermos y heridos hagan una asamblea y decidan qué ha de hacer o de no hacer el médico en una intervención médica.
Lo dicho, quizá es el libro más destacado de su obra. Sin duda es una referencia entre los libros que analizan la guerra civil. Tanto por quién lo escribe, como el cuándo, como por el peso reflexivo e intelectual de Azaña. Demuestra en esta obra conocer muy a fondo a las diferentes clases sociales españolas, así como sus pasiones, sus recelos y sus gustos.
Reseña escrita por Daniel L.-Serrano "Canichu".
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