Título: Causas de la guerra de España.
Autor: Manuel Azaña.
Editorial: Crítica.
Año de publicación: 1986 (1ª edición; prólogo de Gabriel Jackson).
ISBN 10: 84-7423-283-X
ISBN 13: 978-84-7423-283-7
El alcalaíno y presidente de la Segunda República Manuel Azaña vivió su momento de gobierno más delicado, la guerra civil de 1936-1939, muy limitado de movimientos políticos a pesar de ser el Presidente de la República, o sea Jefe del Estado. La victoria electoral del Frente Popular en febrero de 1936 había exacerbado la violencia de la extrema derecha, que en consecuencia era contestada por violencia de la izquierda, llegando a vivirse incluso atentados fallidos contra la vida de Azaña. Sin entrar en detalles de este periodo, cuando estalló la guerra civil en julio, primero con un golpe de Estado fallido y contestado en la calle por las masas obreras, en las primeras horas el Jefe de Gobierno, Casares Quiroga (de Izquierda Republicana -IR-, el mismo partido que Azaña), decidió dimitir al verse desbordado por los acontecimientos tanto por parte de los militares golpistas, como por no poder haber organizado una respuesta fuerte y haber tomado la iniciativa de la defensa los sindicatos y partidos políticos de izquierdas. Azaña, de urgencia, buscó un gobierno donde cupieran los socialistas del PSOE, por ser en esas circunstancias y con los hechos consumados, los que él creyó que podían ayudar a encauzar el fervor revolucionario de la calle dentro de los parámetros del Estado, pero ningún socialista quiso hacerse cargo. Formó, con esa urgencia, pues en multitud de pueblos y ciudades de España estaban habiendo matanzas, un gobierno formado sólo por ministros de partidos republicanos burgueses, principalmente el suyo, ya que fueron los únicos dispuestos a hacerse cargo de las circunstancias. De entre estos partidos republicanos burgueses, los conservadores se negaron. El nuevo Jefe del Estado fue Martínez Barrios, también del partido de Azaña, IR, el cual se negó a entregar armas al pueblo, que se vio en esas circunstancias en la obligación de asaltar armerías comerciales y cuarteles de las fuerzas del orden público para poder tener armamento y munición. Tal gobierno duró sólo cuatro horas. Con suma urgencia Azaña convocó un nuevo gobierno, ahora con José Giral de Jefe de Gobierno. Su primera decisión fue ordenar la entrega de armas al pueblo. Gracias a ello se salvaron importantes capitales españolas y territorios para la causa republicana, a la vez que se pudo ver algo insólito hasta el momento, que sindicalistas y partidos obreros de izquierda combatieran hombro con hombro junto a la guardia civil y al ejército, su finalidad era parar a los golpistas, salvar la democracia. El gobierno Giral duró hasta septiembre de ese año. En ese momento Azaña comprendió que sólo un gobierno presidido por socialistas era viable para contentar a los españoles leales a la República. Él deseaba que lo presidiera Indalecio Prieto, del PSOE, por considerarle el más moderado de todos los socialistas, pero Prieto no gozaba en esos momentos de las simpatías mayoritarias ni siquiera dentro del PSOE, por lo que nombró Jefe de Gobierno a Largo Caballero, también del PSOE pero venido a un ala menos moderada, más radicalizada con los acontecimientos. Como fuera, con eso había frenado que otras fuerzas socialistas entraran en un gobierno con proceso revolucionario, aunque se nombraron ministros anarcosindicalistas de la CNT, también por necesidad y por su colaboración con salvar la República, y también gente del Partido Comunista de España (PCE) y de los partidos nacionalistas. No entraremos en la Historia de la guerra civil, ya que esto es una reseña sobre un libro de Azaña. Baste decir que a principios de 1937 el gobierno decidió que el Jefe del Estado, Azaña, debía trasladarse a la más profunda retaguardia ya que los golpistas y rebeldes estaban en los arrabales de Madrid capital, en Ciudad Universitaria. Azaña fue trasladado a Barcelona, y desde ese momento su vivienda se irá moviendo entre Barcelona y Valencia, según las necesidades del gobierno. Desde allí poco podía hacer respecto a las decisiones del gobierno, aunque algunas personalidades iban a verle para pedirle opinión y de vez en cuando intervenía en actos y discursos, algunos muy célebres. Sus iniciativas políticas eran limitadas por el gobierno constituido, llegando a estar totalmente alejado y en desacuerdo incluso del gobierno que formó el nuevo Jefe de Gobierno Juan Negrín, del PSOE, tras los sucesos de mayo de 1937, con fuerte influencia del PCE. Azaña se había convertido poco menos que en un espectador privilegiado, a la par que era un líder simbólico de la resistencia republicana para amplios sectores de la sociedad republicana y principalmente para el resto de países con simpatías republicanas. En esa impotencia comenzó una depresión llena de reflexiones, algunas iniciativas, e incluso una extralimitación de sus poderes políticos cuando decidió comunicarse con el gobierno de Reino Unido para pedir directamente ayuda a la República. Su momento más célebre fue el discurso que dio en Barcelona el 18 de julio de 1938, cuando pidió "paz, justicia y perdón".
Fuese como fuese, ante la derrota progresiva de la República, el gobierno comenzó a exiliarse a Francia desde enero de 1939, especialmente con la caída de Cataluña. Azaña llegó a Francia en los primeros días de febrero. Los dirigentes que se quedaron en España le criticaron duramente, mientras cundía el desánimo y la sensación de derrota total en los ciudadanos. En marzo, con el golpe del general Casado, la poca capacidad de maniobra que pudiera tener Azaña, ya no existía. La guerra acabó el 1 de abril. Azaña estaba exiliado en Francia con su familia, dentro de una depresión y de la enfermedad. Abandonado por casi todos los políticos y dirigentes que partieron también al exilio, salvo algunos, reflexionaba y escribía sobre las causas de la guerra de España y las razones que a su juicio particular habían conducido a la derrota. A esas horas, y en los años sucesivos, otros muchos exiliados hicieron lo mismo, sólo que Azaña lo estaba haciendo desde el primer momento, como pensador, ensayista y escritor de diarios personales que era. Estalló la Segunda Guerra Mundial en agosto de 1939 y él, bastante enfermo, encontró la protección de México para que los alemanes no le apresaran. Moriría en noviembre de 1940. En ese periodo de exilio y enfermedad publicó once artículos en la prensa destinados a los lectores internacionales afines a la democracia, trataban sobre la guerra de España. Tales artículos, entre otros, fueron vueltos a publicar en la recopilación de sus Obras Completas, que salieron por primera vez en México entre 1966 y 1968, en cuatro volúmenes. Posteriormente han habido otras reediciones, con revisiones y ampliaciones, como la de 1990 ya en España, en siete volúmenes, o la de 2007, con ocho tomos en siete volúmenes, o la de 2008, de venta en paquete de libros.
Fuera del conjunto total de su obra, aquellos once artículos fueron publicados por la Editorial Crítica por primera vez en 1986 como libro. Se llamó Causas de la Guerra de España. Era un libro muy breve, de unas ochenta páginas, en rústica, con la cubierta ilustrada con un sello donde aparece el cuadro de Goya donde dos mozos se pelean a garrotazos con las piernas hundidas en la tierra, sin poder escapar el uno del otro, condenados a pelear. Tenía un prólogo breve del historiador Gabriel Jackson, que en líneas generales hablaba de la figura de Azaña en el contexto de la Guerra Civil. Fue traducido al francés por Sylvie Koller, que lo publicó con la Universidad de Rennes. Posteriormente fue reeditado en 2002, con una ampliación de la introducción de Gabriel Jackson, llegando la obra a ciento sesenta y ocho páginas. Seguía siendo una edición en rústica, o sea: de tapa blanda, sólo que ahora estaba solapado y dentro de una colección. Su nueva cubierta contenía una fotografía y una composición alegórica.
Azaña escribió aquellos artículos de manera ordenada. Abordó temáticas de cara a un lector internacional, como ya se ha anotado, con quizá algún mensaje para algún intelectual republicano en el exilio, siendo su principal destinatario el lector con cultura política amplia, aunque su lectura era comprensible, sobre todo si se había vivido los acontecimientos. Abordaba las causas de la guerra propiamente, hablando sobre los antecedentes a la guerra a lo largo de la República desde 1931 y mencionando sucesos de la dictadura de Miguel Primo de Rivera, el eje Roma-Berlín y la política de No Intervención, la intervención de la URSS y su carácter, la trayectoria de España respecto a la Sociedad de Naciones y cómo se comportó está con España, la nueva composición del ejército de la República y la necesaria integración de las milicias y la tropa no regular, la relación entre el gobierno republicano y la revolución en marcha durante la guerra, el abortamiento de esa revolución, el papel de Cataluña en la guerra, la insurrección libertaria y el eje Barcelona-Bilbao como problemas para el gobierno central, la moral de la retaguardia y las probabilidades que brindaba para la paz y la especulación sobre si España sería o no neutral en un conflicto europeo, que pronto se materializaría en la Segunda Guerra Mundial, 1939-1945.
Manuel Azaña escribió con una prosa muy clara y una buena estructura mental de cómo abordar los puntos a los que se sentía obligado a contestar ante el debate internacional sobre el fracaso de la República en la guerra, pues existía el peligro del avance fascista en el mundo. En este punto Azaña más que señalar con el dedo a ese peligro, señala con el dedo al autoritarismo como peligro, viniera como viniera, pero no es ese punto de vista el central de sus argumentos, sino que el avance de los autoritarismos se debían al fracaso de las democracias liberales. Por ello trata de explicar sobre todo cómo fracasó la República liberal que él mismo ayudó a levantar. El triunfo de lo autoritario no era por méritos de las ideas fascistas o comunistas, sino por deméritos de los organismos democráticos que no habían sabido dar respuestas válidas a las inquietudes y necesidades de sus ciudadanos.
Manuel Azaña escribió con una prosa muy clara y una buena estructura mental de cómo abordar los puntos a los que se sentía obligado a contestar ante el debate internacional sobre el fracaso de la República en la guerra, pues existía el peligro del avance fascista en el mundo. En este punto Azaña más que señalar con el dedo a ese peligro, señala con el dedo al autoritarismo como peligro, viniera como viniera, pero no es ese punto de vista el central de sus argumentos, sino que el avance de los autoritarismos se debían al fracaso de las democracias liberales. Por ello trata de explicar sobre todo cómo fracasó la República liberal que él mismo ayudó a levantar. El triunfo de lo autoritario no era por méritos de las ideas fascistas o comunistas, sino por deméritos de los organismos democráticos que no habían sabido dar respuestas válidas a las inquietudes y necesidades de sus ciudadanos.
Cuando escribe estos artículos, a Azaña le faltan tanto la documentación de Estado como sus propios papeles sobre los que trata, así como una gran cantidad de testimonios de los que hoy día, ochenta años después, nosotros sí tenemos acceso y conocimiento. Por ello mismo, muchas de sus afirmaciones no corresponden con la realidad total que hoy día conocemos, por mucho que probablemente conocía bastantes cosas que en su época no conocía la gran mayoría. Así por ejemplo, parece ignorar los postulados y puntos de vista reales de las dos grandes centrales sindicales del momento CNT y UGT, así como todo lo que se urdía de la mano de Stalin sobre las políticas internas de España. Como el propio Gabriel Jackson anota en la introducción, llama muchísimo la atención que de los sucesos de mayo de 1937 no haga ni una sola acusación a la URSS ni al PCE y por omisión trata el asunto como si ni siquiera hubiera sido desaparecido y probablemente asesinado Andreu Nin, líder trotskista del POUM, aunque con sentido del humor sí escribe que más le hubiera gustado al líder del POUM a esa fecha que escribía que le hubiera hecho más caso cuando él, Azaña, hablaba acorde a los intereses de todos y no sólo en dirección a la revolución que el POUM pedía. Tal vez Azaña se refería a Maurín, sucesor de Nin, que en esos momentos estaba preso de Franco en España. La nota con sentido del humor no deja de ser una reflexión que tendrá su parte de verdad y su parte de equivocación, pero ya sea por Nin o por Maurín no deja de ser humor macabro.
Los puntos de vista de Azaña hoy día nos podrían resultar simples y comunes, la cuestión es que su visión de los hechos ha sido probablemente la más reproducida e incluso adaptada por algunos sectores desde el primer momento del exilio hasta bien entrada la Transición y la primera mitad de los años 1980. Especialmente por los sectores moderados y por los sectores que en la Transición quisieron colaborar con el llamado Pacto del Silencio que acompañaría a la Ley de Amnistía de 1977, muy unido a la visión del pasado reciente que castigaba e inculpaba a los sectores más radicales de la sociedad y dejaba en el olvido que los llamados moderados en tiempos de guerra fueron también radicales. A partir de los años 1990 la cada vez mayor abundancia de testimonios y documentos disponibles nos ha permitir contrastar con la realidad toda esta visión y descubrir un paso no tan maniqueo, por mucho que probablemente en la época en la que escribió Azaña estos artículos la creencia general más extendida coincidiera en muchos puntos con la suya. Se habían creado puntos tópicos de encuentro común en el imaginario de españoles de los dos lados políticos y de buena parte de los extranjeros. Fuere como fuese, estos artículos nos ayudan a comprender el punto de vista de Azaña, son testimonio histórico y también nos dan luz de una forma de pensar de aquellos años, donde, además, nada más terminar la guerra todos querían explicar y explicarse en sus propios porqués.
Azaña en todo momento carga las tintas en una visión de Estado más allá de los partidismos. Al margen de sus propios ideales como republicano burgués de izquierdas, él defiende un Estado de derecho, liberal y democrático para todos los españoles, sean de las ideas que sean, el cual considera fallido por no haberse sabido explicar a los españoles cómo funcionaba la democracia. Él mismo en uno de estos artículos afirma que algunos pueblos de España, más bien aldeas, aún vivían material y espiritualmente como en el siglo XV. A esto le suma la idea de una Guerra de la Independencia (1808-1814) en cuya victoria se digirieron mal los nuevos ideales liberales y aún mantenía rémoras de pensamiento del pasado imperial. La pérdida de las antiguas posesiones españolas en América, el esfuerzo bélico en África y la distancia profunda entre las clases acomodadas y las trabajadores a costa del mantenimiento en falso de un pasado glorioso, son un suma y sigue para los problemas de la supervivencia de la República.
Pero si hay una cuestión que Azaña analiza como fundamental para el fracaso de la República es la entrega de las clases trabajadoras a los sindicatos revolucionarios, fundamentalmente a la CNT, a la que, a juicio y a la vista de los conocimientos que hoy acumulamos, Azaña o no supo o no quiso comprender en su funcionamiento y pasos a seguir concretos. Mientras acusa de la pérdida del control del gobierno sobre territorios y zonas a defender a los sectores revolucionarios y también a los nacionalistas catalanes y vascos, pasa por alto o bien menciona implícitamente pero no explícitamente que precisamente el gobierno republicano se salva del golpe de 1936, y resiste, precisamente por el apoyo y la lealtad que le tuvieron sindicatos y nacionalistas que tomaron las calles. Ciertamente con sus programas revolucionarios, pero programas que, a pesar de que comienzan a realizarlos, los postergan o frenan para poder vencer al fascismo. Azaña sí reconoce que si algo unía a republicanos, socialistas, comunistas, anarquistas y nacionalistas era precisamente el objetivo común de evitar una dictadura. Ante todo la democracia. Tal como analiza el propio Azaña, la propia CNT podría haber realizado la revolución y la guerra hasta sus últimas consecuencias en julio de 1936, como había ocurrido en otros países (probablemente se refería a Rusia), sobre todo porque el gobierno de la República estaba imposibilitado de movimientos si la gente no se hubiera echado a la calle. Sin embargo, razona, no hicieron eso, no llevaron la revolución a sus últimas consecuencias, lo que, mal que bien, era una lealtad al gobierno establecido, y contradictoriamente para sus discursos: al Estado. Aún así, para Azaña uno de los problemas fue la pérdida de autoridad del Estado a través de los organismos que fueron creando sindicatos, partidos y nacionalistas. Incluso, afirma, se dio permiso a los soldados para no obedecer a sus oficiales si estos les instaban a rebelarse contra la República, aquello sirvió para que muchos se fueran con las milicias de sindicatos y partidos. El soldado de tropa no dejaba de ser un obrero y se sentían más cómodos allí, mientras los militares profesionales necesitaban acercarse a alguna de estas organizaciones para mantener parte de su mando. Azaña, en todo este análisis no termina de comprender que la nueva autoridad era horizontal y asamblearia, no jerárquica de arriba a abajo desde el Estado. Por ese mismo motivo, llegado a los sucesos de 1937 considera el asunto como un hecho de restauración del poder del Estado, y no como un episodio que usaron los comunistas para reprimir a sus oponentes de izquierda y apartar a la CNT del gobierno. Pero sí reconoce que tras aquello, sindicalistas y nacionalistas ya no sabían porqué luchaban si ya no luchaban no sólo por la democracia sino también por su prosperidad.
Es interesante su análisis de la situación en Cataluña y el País Vasco, pues encontramos allí muchas cuestiones que en las actuales circunstancias de 2019 encuentran paralelismos, o quizá continuidades. En sus razonamientos de ayer hay muchas respuestas del hoy a cuestiones que siguen abiertas y vivas.
Es interesante leer su percepción sobre el papel de la URSS en España. No termina de acusarla, de hecho no la acusa de nada, pero sí deja claro que él desde el primer momento sabía que no tenían nada que temer de que la URSS ayudara a una revolución en España, tal como temieron Francia y Reino Unido. Él, a sabiendas de los asesores que mandaron, del material y del modo como mandaron este, y que la propia República no había reconocido a la URSS hasta comenzada la guerra civil, sabía que la URSS lo que deseaba era contribuir a frenar al fascismo de cara a una futura guerra europea, pero sin molestar a sus posibles aliados, Reino Unido y Francia. Así ocurrió.
Acertó también al discrepar con una gran cantidad de analistas y de otros republicanos que consideraban que quizá España podría salvarse si se prolongaba la guerra civil hasta hacerla coincidir con la previsible guerra europea en ciernes, que será la Segunda Guerra Mundial. El mayor valedor de esta tesis era el Jefe de Gobierno, Juan Negrín. Azaña, como Jefe de Estado, aunque a última hora renunció al cargo porque consideraba que su papel ya sólo era testimonial y no político dado que no tenía autoridad respetada, juzgó que la guerra europea jamás estallaría antes de que terminara la guerra civil, y que además, toda guerra europea nunca empezaría ni se enredaría por los asuntos de España. Para llegar a estas conclusiones repasa la trayectoria histórica internacional española dese el siglo XIX y las actuales circunstancias políticas europeas del momento. Se le notaba que había sido un periodista y analista que llegó a pisar los frentes de Verdún en la Primera Guerra Mundial. Efectivamente ocurrió como dijo, no por casualidad, a ochenta años de todo aquello numerosos documentos de los archivos del resto de países europeos nos confirman que Azaña sabía bien de lo que hablaba.
De igual manera, Azaña analiza el papel de la España de Franco ante la guerra europea. Repasa el fiasco de todas las naciones hacia España desde 1808 en adelante. En su visión considera que ninguna nación ayuda realmente a España porque la necesitan débil, necesitan un sur de Europa débil para los intereses de las grandes potencias europeas, tanto comerciales como estratégicos. Dentro de eso afirma, como así fue, que España apostó fuerte por la Sociedad de Naciones y su espíritu. Efectivamernte la Constitución de 1931 fue de las primeras en insertar los valores de la SDN en su cuerpo de ley. Pero llegada la guerra a España, la SDN le dio la espalda con su política de No Intervención, por los miedos de las potencias europeas acordes a sus intereses particulares de cara a un posible enfrentamiento con Hitler. Terminada la guerra se había especulado si Franco intervendría a favor de Alemania en una guerra europea, pero Azaña, contrario a muchos analistas de su tiempo, analizó cómo había quedado España, cuáles eran las posibilidades de Franco materialmente y cómo estaba la moral de los españoles tras la derrota de marzo de 1939, con todo eso Azaña afirmaba sin dar lugar a duda de que España nunca entraría en la guerra porque se apostaría todo a la reconstrucción con la finalidad de que el régimen de Franco perviviera. Acertó.
Azaña tenía tomado el pulso a la sociedad española. Conocía bien el carácter general ignorante de los grandes asuntos, pero capaz de opinar y de discutir por todo en la idea de llevar razón a toda costa. Conocía también la forma de ser poco dada a una disciplina y entrega total a la idea común y las parcelas de poder de numerosos intereses, no sólo sindicales y de partidos y nacionalistas, también de los burgueses, los latifundistas, la Iglesia, etcétera, todos tirando hacia su lado y muy pocos queriendo construir algo común, como era el ideario de una República. Sin embargo, no termina de entonar la autocrítica hacia el propio gobierno republicano. Llega a alabar la reforma agraria, la cual conocemos bien que había sido parada y fracasada, dejando a mucho jornalero descontento y ayudando a muchos latifundistas a agrandar sus tierras, a pesar de que se buscó lo contrario. Quizá a la visión de Azaña le falla precisamente el no reconocer que el gobierno de la República había cometido fallos, del mismo modo que donde él ve falta de autoridad y autoridad socavada, había otro tipo de autoridad que de un modo u otro legitimaron su gobierno. No obstante, él fue presidente hasta el final, nadie le depuso a él, ni se eliminó las Cortes, ni se acabó con la Constitución, ni invalidaron las leyes. Todo lo contrario.
Dentro de los autores complutenses, Azaña, como gran ensayista y pensador, nos legó a última hora estos artículos, siempre interesantes de leer. Se le conoce en ellos aún con todo como una persona que lamenta no haber podido ser escuchada más, pues ahí radica que él crea que no pudo ser integrador. Aborreció la guerra, pero la explicó bajo su punto de vista como una extensión de la política que se había vivido en España y, sorprendentemente, ni una sola palabra para continuar el enfrentamiento entre españoles, sólo palabras para explicar las cosas con un único afán: reconocer errores para reconciliar a España. Quizá estos artículos ahondaban en aquella idea suya de paz, piedad, perdón.
Reseña escrita por Daniel L.-Serrano "Canichu".
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