Autor: Pedro Atienza.
Editorial: El Reino.
Año de publicación: 1979 (1ª edición; introducción y poema de Luis Antonio de Villena).
Colección: Síntesis.
Nº de volumen en la colección: 13.
ISBN 13: 978-84-85017110

El libro fue publicado por la editorial El Reino, dentro de su colección Síntesis, como el volumen 13 de ella. Fue editado en rústica en edición de bolsillo. Contó en su portada y contraportada con reproducciones de dos cuadros amorosos pintados por Gustav Klimt, que fueron enmarcados en un recuadro con adornos modernistas típicas de comienzos del siglo XX, pero que en plenas décadas de 1960 y 1970 volvieron a ponerse de moda, reinterpretadas dentro de la cultura popular (cultura pop), de la contracultura y de la psicodelia, si bien en España el gusto por el regreso del modernismo duró algo más de tiempo. Diseñó la portada y maquetó el libro otra figura importante en los libros de Alcalá de Henares en cuanto a su producción como objeto cuidado: Vicente Alberto Serrano.
Formalmente su interior mostrará grabados de José Clará sobre Isadora Duncan, poeta pasada al que Atienza le dedica un poema, junto a poetas malditos franceses del siglo XIX, como Rimbaud y Verlain, aunque también lo hará a César Vallejo entre otros, incluido Carlos Chacón, el pintor y ceramista alcalaíno hijo del reconocido poeta alcalaíno José Chacón. Carlos Chacón en esos años era joven como Atienza e indudablemente por este poema eran amigos, incluso se describe las noches de juerga entre ellos, presumiblemente en Alcalá de Henares, por el hecho de las biografías de ambos, pues no se menciona la ciudad.
Es un libro divido en dos partes, "Fragmentos", a la vez subdividido en otras dos partes, y "Evocaciones". Presentaba los poemas de una manera innovadora, tímidamente experimental, propio de la década de 1970, comenzando los poemas en cada página impar pasada la mitad de hoja, por lo que ocupaba la extensión del poema ese cuarto de página y a donde llegaran sus versos en la página par que la sucediese. Sin embargo, los poemas no son experimentales. Se trata de poemas con cierta ruptura contracultural en lo formal y puede que en las temáticas que trata, dado que se venía de un periodo anterior muy restrictivo por la férrea mirada de la dictadura de Franco y la mentalidad conservadora implantada en España desde 1939. Ahora bien, Franco había fallecido a finales de 1975 y los cinco años siguientes comenzarán toda una ruptura con lo él significó y marcó. Este libro salió a la luz en marzo de 1979, pero en parte sería producto de la selección y refinamientos de poemas anteriores del anterior, al margen de que creara nuevos poemas para la obra. Así pues tiene temáticas atrevidas para el momento, aunque no llega a ser tan atrevido como en esa misma época era Leopoldo María Panero o Luis Alberto de Cuenca.
Rebosa en él, en Atienza y en el libro, una pasión desatada de todo lo que es un primer poemario, siempre más libre, más fresco y más rabioso. Todo el fervor de Atienza por sus lecturas poéticas aparece en sus primeros poemas. A comienzos de la década de 1980, impulsado por este respaldo poético de Rafael Alberti a sus poemas, Atienza se trasladó a Madrid donde comenzará una brillante carrera la radio nacional, en determinada prensa, la flamencología y la poesía. No sólo Alberti apoyó su primer poemario, también lo hizo otro poeta consagrado ya en la Transición, Luis Antonio de Villena, quien le escribirá la introducción y un poema. La aparición de Villena le pone a Atienza entre esos autores españoles que abrazaban la contracultura poética que ya llevaba años haciéndose fuera de España, como la de Bukowski, por ejemplo, o Nicanor Parra. Le pone junto a los Panero y otros autores. Ahora bien, como ya se ha dicho, Atienza no termina de ser temática ni formalmente todo lo rupturista que fueron Villena, Cuenca o Panero, tiene algo que lleva sus poemas al ámbito de los poemarios del desarraigo social propio de Blas de Otero o de Caballero Bonald, gente del llamado exilio interior que pretendía romper con las formas del franquismo pero por necesidad de seguridad física y personal han de hacerlo a sabiendas que lo hacen desde dentro unas dos décadas antes. Quizá es eso lo que atrajo a Rafael Alberti, miembro de la generación surrealista de 1927. Atienza tiene también algo de la lírica poética de esa generación, aunque es más sutil, y deja deslizar algo de su pasión por el folclore flamenco, aunque también está aquí de manera sutil, no evidente.
Podríamos situar a Atienza con este primer poemario como algo rompedor y contracultural propio de la Transición y previo a la Movida de la década de 1980, no obstante le dedica un poema a su amistad con Chacón enfocándola desde la juerga, la borrachera y lo sensual, pero a la vez tiene algo de reivindicación social y hasta existencial con una delicadeza propia de las generaciones de antes de la guerra civil y de mediado el siglo. Estaría pues con ese poemario situado como pieza de diálogo entre unas y otras generaciones, aún a pesar de que él sería una voz joven y por tanto debería estar abocada a la ruptura y a lo contracultural cuyo camino lógico sería hacia la Movida.
Es un poemario dedicado a la vida, a la vida como disfrute con pasión, pero paradójicamente también es un lamento y una advertencia, porque la vida, nos dice a lo largo de todo el poemario, se acaba. Nos estamos muriendo desde el mismo momento en que vivimos. El tiempo se agota y eso le lleva a recordarnos que el cuerpo material muere a cada instante, cada día un poco más, mientras que lo mental es vida plena y que puede que lo que quede de nosotros vivo sea eso, el recuerdo, el pensamiento, la palabra. Es una suerte de platonismo disociando lo material de lo inmaterial.
Cuando... cuando podremos aterrizar indemnes
y sentir a dos caras la dulzura del llanto?
Cuando, preguntas tú, el llanto será llanto
y compondrá las estrofas malditas de la vida?
Y la vida? Y si la vida
se aposenta en la vida y acaba con nosotros?
Y nosotros... nosotros... moribundos.
No obstante el poemario al ser culminado en 1979 está atravesado de la muerte del padre de Pedro Atienza, Antonio Atienza Alexandre, a quien no sólo le dedica el libro, sino que además le compone varios poemas razonando sobre la vida, la muerte y la relación entre padre e hijo como transmisión de vida del uno al otro.
(...)
En bonanza esgrimir con dicha demoniaca
el destral de la muerte en tu sonrisa,
pues te aguarda el latido mineral
de la tierra muriendo entre la alpaca
en estos versos míos que son brisa.
Pero es también un poemario de amor y carnalidad, sexual o de bacanal de bares. Es ahí donde reside gran parte del canto a la vida que resulta ser esta primera obra suya y lo que le une a una corriente rompedora con la cultura poética previa en la España de los tiempos de la dictadura y su férreo control sobre lo que era moral o ético en sociedad. La segunda mitad española de la década de 1970 es una ruptura y nuevos aires de libertad, lo que probablemente para un sector social amplio sería escandaloso, de ahí una contracultura española ligeramente diferente a la anglosajona de unos años antes.
(...)
¿Por qué tanta torpeza
al subir la marea de mi sexo
y encontrarme perdido?
(...)
Explícame en silencio
si es brutal arder cuando me faltas
y seguirte, quemado, en tu mirada,
si, acaso, invadir el aire que te roza
y bajar a tu cuerpo a bocanadas
será mi bálsamo animal,
si consumir mi alma en rescoldos endebles
y hacerme un sitio en ti
será vivir de nuevo.
(...)
Es indudable que incluso en algunos poemas de amor no carnal podría tener una doble lectura, ya sea al padre a una amada, incluso a un amado, pues en algún poema pareciera jugarse con la idea de la bisexualidad, o de bien amor en el sentido de aprecio entre amistades. Tiene el libro junto a ese carácter de canto a la vida y lamento por la muerte, este otro tono unido de la vida como algo que ha de vivirse pasionalmente como una gran llama que haga arder todo o de lo contrario la vida sólo sería muerte. Es precisamente por eso que la idea central de todo el libro, repito, es la idea de que desde el mismo momento que se vive se comienza a morir. Cada día se muere, pero precisamente cada día hay que vivir. Tiene, hay que reconocerlo, un espíritu más de poeta maldito francés del siglo XIX, como los que nombra, más que de contraculturales de la década de 1970, quizá por ello mismo está a mitad de camino entre los dos mundos poéticos que España vivía justo en la Transición, entre Alberti y Villena. Entre Alberti y Panero. Atienza, con este poemario está en el cruce de camino, que no es cruce, sino entrada de uno en el otro... justo cuando en breve, en esos años de 1980, abrirá la nueva senda nacida de ese mismo lugar Luis García Montero, por entonces considerado uno de los novísimos un poeta de la nueva sensibilidad. Era eso lo que se estaba fraguando, la poesía de la nueva sensibilidad, sólo que aún no había tomado toda su forma formal y Atienza va abriendo la puerta, o al menos girando el picaporte.
Reseña escrita por
Daniel L.-Serrano "Canichu".
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